jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo 6:Recuerdos


 El cielo pronto se volvió oscuro y llegó la noche. Hacía un rato que había colgado aquella llamada y la lluvia golpeaba mi cabeza, pero no importaba, ya nada era importante ahora.
Caminaba por las calles sin dirección, sin saber qué hacer. Notaba las miradas de la gente por ir sin un paraguas, ni siquiera una capucha, pero no tenía fuerzas para ponérmela. Sin saber cómo, me encontré frente a un semáforo, esperando a cruzar la calle junto con una multitud de gente, al otro lado veía brillar en rojo el semáforo peatonal con la figura de un hombre de pie y debajo unos números amarillos hacían una cuenta regresiva. Fue entonces que me di cuenta de que no tenía porque soportarlo, los coches pasaban rápidamente justo a frente a mí, estaba a un paso de escapar, y tenía aún cuarenta segundos para tomar una decisión.
No tenía sentido quedarme aquí, y nadie se percataría ahora de mi ausencia. Sólo un paso, sólo tenía que dar un paso y todo habría terminado. Miré la calle y vi un coche que venía rápidamente en mi dirección. Respiré hondo y caminé hacia delante, la luminosidad del rojo del semáforo y los faros del coche hacían que me dolieran los ojos, pero sólo duraría unos instantes, sólo un golpe y mi conciencia se perdería para siempre.
El coche estaba a pocos centímetros de mí, cerré los ojos dispuesta a recibirlo, pero justo en ese momento sentí una mano en el hombro que me tiró hacia atrás y me obligó a retroceder. Miré hacia el que lo había hecho. El dueño de aquella mano me miró molesto por un segundo y volvió su vista al frente.
Menos de un segundo después la luz roja pasó a ser verde y empezaron a escucharse pitidos provenientes del semáforo. Miré fijamente al coche hasta que lo perdí de vista, mi oportunidad se había ido. Ahora sólo podía caminar junto a aquella masa de gente sin nombre.


Abrí los ojos y me incorporé de la cama con la calma que te proporciona una tristeza profunda. Semine seguiría durmiendo por unos minutos más, me acerqué a la ventana y observé el exterior, mis pensamientos estaban dirigidos a aquel chico que me salvó hacía ya un año. De entre todas las personas que me rodeaban en ese momento, aquel chico de mirada obstinada, con el rostro parcialmente escondido bajo un paraguas negro, fue el único que se percató de mi presencia.
Miré hacia donde Semine dormía plácidamente y una sonrisa triste apareció en mi rostro. Mis sentimientos no eran distintos a los de ese momento, me habían salvado, pero no podía estar agradecida por ello. ¿Realmente valía la pena salvarle la vida a alguien que no quería vivir?
El reloj encima de la mesa empezó a sonar indicando que era hora de levantarse, presioné el botón que había sobre él y se hizo el silencio de nuevo. Semine respiró hondo y abrió ligeramente los ojos mientras se estiraba. La observé apoyada en la pared, aún me preguntaba por qué lo hacía.
—Buenos días—me dijo con los ojos ya totalmente abiertos y con una sonrisa.
—¿Por qué lo haces?—pregunté sin dejar de mirarla, ladeó la cabeza ligeramente sentada en su cama.
—¿Qué cosa?
—Abrir los ojos, no te da ninguna ventaja ¿o sí?—bajó la mirada sonriendo con cierta nostalgia.
—Es una historia algo complicada…—por supuesto eso no me resolvió ninguna duda, pero decidí no presionar. Bajó de la cama y me sonrió como solía hacerlo— Hoy es un día especial ¿no?
Miré el calendario colgado en la pared, alguien había marcado el día de hoy, dos de octubre con un círculo.
—Depende de lo que quieras recordar…—pretendió no darse cuenta de mi estado de ánimo y rió
—Obviamente quiero recordar los momentos felices.—me separé de la pared y ambas nos cambiamos de ropa. Terminé antes que ella y me dirigí a la puerta para salir, Semine habló justo después de que la abriera—La habitación de Damian es la que está arriba—suspiré—aunque finjas que se te olvida, me asegurare de que cumplas con tu trabajo—sonrió—porque mi trabajo es ese—la miré algo confundida y repetí sus palabras para asegurarme de que había escuchado bien
—Así que…Tu trabajo es asegurarte de que yo hago mi trabajo
—Exacto
—¿No es eso un poco…?—suspiré de nuevo—No importa—terminé de abrir la puerta y salí, escuché a Semine gritar a mis espaldas antes de cerrar la puerta
—¡La habitación de arriba!
Subí las escaleras con intención de cumplir mi "deber", sin embargo a mitad de camino el deber se cruzó conmigo y puso cara de malhumorado al verme.
—¿También vienes a recogerme por la mañana?—le respondí sin emoción alguna en la voz
—Es inútil preguntar cosas que puedes deducir tú mismo—me miró algo extrañado, me di la vuelta y empecé a bajar las escaleras—Vamos.
Llegamos al comedor y nos pusimos en la cola. Mis pensamientos giraban en torno a la última tarde que pase con mi familia, no había sido muy buena, pero supongo que en los recuerdos cada pequeño momento se vuelve un tesoro cuando sabes que no podrá repetirse. Habíamos tenido una pelea, yo la había iniciado, ya no recuerdo por qué estaba molesta, le gritaba a mis padres, ellos respondían molestos pero intentando que yo entrara en razón, al final cogí mis llaves y salí corriendo de la casa echa una furia. Caminé hasta llegar a un pequeño parque y me senté en un columpio, era tarde, por lo que ya no había niños jugando. Luego incluso usé unas pocas monedas que había en mis bolsillos para coger un autobús y llegué al centro de la cuidad. Cuando sentí que quería volver me senté en una plaza, exhausta, fue entonces que mi móvil empezó a vibrar en mi bolsillo, indicando el comienzo del desastre.
Sentí que alguien me estaba mirando y levanté la vista, Damian me observaba con curiosidad, le devolví una mirada fría, y nos quedamos así unos instantes, su expresión era cada vez más extraña, sabía que me pasaba algo, pero no se atrevía a preguntar. Volví la mirada al frente, sin interés.
Finalmente llegamos a servirnos el desayuno y fuimos a una mesa que seguía libre. No intercambiamos ni una palabra, y durante las seis horas de clases ocurrió lo mismo. Entre los cambios de clase varias personas se habían acercado a preguntar qué me pasaba, pero respondía con un simple "nada" y volvían a su sitio, con cada persona que pasaba Damian se irritaba más, pero no se quejó ni una vez. Al salir de la última clase pareció acordarse de algo importante.
—Necesito ir a un sitio—suspiré
—Vamos entonces—subimos las escaleras y llegamos a la azotea, no entendí por qué sería tan importante ir allí, donde no había nada. Al abrir la puerta se dirigió a un rincón en el que nadie se le hubiera ocurrido mirar y se paró en seco frente a él, luego dirigió la vista hacia el resto de la azotea. Respiré hondo para sacar la voz de nuevo a través del nudo de mi garganta
—¿Qué buscas?—miró otra vez al rincón algo confundido
—Cuando llegué la dejé aquí…—me resultaba extraño verlo preocupado por algo
—Tal vez uno de ellos se lo llevó al verlo extraviado, lo que sea que hayas dejado allí—mi voz cada vez se volvía más ronca al hablar y se iba desvaneciendo en el aire. Damian fue al lado opuesto del rincón y se dejó caer al suelo dando un golpe en la valla con su espalda, estaba de malhumor por haber tenido a toda esa gente rondando nuestro sitio todo el día, pero también se veía abatido, habría perdido algo importante—Ojalá estuvieras así todo el tiempo…—dije pensando en voz alta mientras miraba el cielo, las nubes se deslizaban suavemente sobre el azul y se juntaban estimulando la imaginación a formar figuras. Aquel chico malhumorado fijó por primera vez sus oscuros ojos en mí sin intención de despertar mi rabia
—¿Qué te pasa hoy?—sonreí con tristeza y giré mi cabeza hacia él
—¿Quieres saberlo? Hoy se cumple un año desde que me convertí en una asesina…—su expresión no cambió en absoluto
—Ah… ¿Tan malo es?—me pregunté qué clase de vida había llevado para decirlo tan tranquilo
—Lo que buscas… puede estar en la caja de objetos perdidos—subió la cabeza con interés y se levantó de un salto
—¿Dónde es eso?—lo miré un poco extrañada con el cambio repentino
—En la oficina de la directora—se desanimó un poco al oírlo, eso sí podía entenderlo.
Fuimos al despacho de María y tocamos la puerta, al entrar nos recibió con una sonrisa y retiró las gafas de su nariz para ponerlas sobre el escritorio
—¡Ah! Sabía que vendrías—dijo dirigiéndose a Damian.
—¿Entonces sí lo tiene?—María rió.
—Sí, esta justo aquí—puso una mochila morada decorada con llaveros en un lado libre del escritorio. Miré alternativamente la mochila y el chico que tenía al lado
—¿Era eso?—dije enarcando una ceja.
—¡No es mío!—se defendió al instante.
—Ah, ya…— dije aún mirándolo extrañada. María rió a carcajadas con la escena y defendió las palabras de mi compañero.
—Es cierto que no es suya, sólo la trajo aquí.— señaló las sillas frente al escritorio. Se dirigió a Damian.—Sé que quieres solucionar esto rápido, no tengo problema.—Lo miró algo más seria— Esa chica estuvo aquí hace mucho tiempo, pero eso ya lo has descubierto tú solo ¿verdad?—el chico frunció el ceño y bajó la vista dándole la razón. El tono de María se volvió más maternal—Damian, puedo mantenerte aquí, pero tienes que contarme tu situación, tengo que demostrar que necesitas estar en este sitio, pero si no me dices no puedo hacer nada, ¿lo entiendes no?—lo observé con atención, por su expresión cuando María dijo su nombre, y por la forma en que siguió mirando el suelo pude entender que no estaba muy acostumbrado a recibir palabras amables. María suspiró y miró un reloj colgado en la pared—ya hablaremos más tarde, por ahora soluciona esto.
Ambos nos levantamos de la silla para salir, Damian aún tenía una expresión mezcla de culpa y tristeza. Fui a la puerta con un Damian pensativo caminando detrás. Me disponía a girar el pomo para abrirla cuando María habló de nuevo con un tono alegre
—¡Ah! Feliz cumpleaños, por cierto—dijo con una sonrisa en su cara, las gafas habían vuelto a su nariz

—Gracias…
—Gracias…—ambos nos miramos a la cara. María soltó una carcajada
—Lo decís hasta de la misma forma, parecéis gemelos de verdad—a ninguno de los dos nos gustó mucho la idea, él no me despertaba mucha empatía, y al parecer era recíproco. Rió una última vez y nos dejó salir de su despacho. Ambos dimos un bufido al mismo tiempo y nos miramos de nuevo esta vez con una mezcla de asco y confusión, me molestaba, pero me di cuenta de que no lo hacía a propósito. Respiré hondo y caminé hacia la salida.
—Necesito una caja—Damian se limitaba a decir las palabras justas, lo cual agradecía, ya que apenas tenía fuerzas para murmurar una respuestas
—Vamos entonces…—repetí. Bajamos las escaleras hasta llegar a la planta baja y fuimos al almacén. Allí había un montón de cosas amontonadas, algunas necesitaban reparación, otras estaban muy viejas para usarse. A un lado había un montón de cajas de todos los tamaños apiladas que solían guardarse para el uso de cualquiera. Le señalé las cajas—elige una—me miró y fue a mirarlas, escogió una en la que cabía la mochila y la cerró.
—Ya—dijo poniendo la caja debajo del brazo, cada vez parecía más nervioso, me pregunté que le pasaría para ponerse así.
Saliendo del almacén nos encontramos a Britta y Anneka entrando al gimnasio, Anneka me saludó con la mano y luego nos miró extrañada.
—¿Hoy no venís?—luego miró la caja que tenía bajo el brazo—¿Qué es eso?—Damian la ignoró completamente
—Ah, no podemos hoy. Hasta luego— Damian caminó hacia adelante más rápido que antes y yo lo seguí. Pronto llegamos hasta la puerta principal, no había nadie vigilando la salida, así que simplemente abrí la puerta y salimos fuera, respiré el aire exterior y me di cuenta de que era la primera vez que pisaba la calle en un año.
—¿Dónde hay una oficina de correos?—me encogí de hombros, no tenía la más mínima idea
—Podrías haber preguntado antes…—propuse caminar por la misma calle hasta encontrar una o simplemente preguntar a alguien. Por el camino nos detuvimos a comprar algunos sellos postales, al parecer Damian tenía dinero, de origen desconocido para mí.
Desde que habíamos salido había visto dos cosas que me habían chocado, Damian hacía que yo hablara con la gente por él y me daba dinero para comprar las cosas, mientras él se iba a un lugar apartado e intentaba esconder su cara disimuladamente, supuse que estaría metido en un buen problema si se veía obligado a ser tan escurridizo.
La segunda cosa, quizás lo que despertó cierto sentimiento de frustración, fueron las personas con las que me cruzaba. Me había acostumbrado al orfanato, a la alegría de sus habitantes y a su mirada de felicidad, pero aquí fuera era distinto. Muchos tenían una mirada de cansancio, indiferencia y conformidad, su tono de voz era mucho más monótono, y fingir un estado de ánimo que no tenías era lo que casi todos hacían. No podía parar de pensar qué podría haber pasado para que hubiera este ambiente, pero después lo recordé, no había cambiado nada, yo había olvidado cómo era realmente, dentro de la burbuja del orfanato. No pude evitar preguntarme si realmente estaba bien ser tan feliz y luego encontrarse con esto.
Finalmente llegamos hasta una oficina de correo. Cogimos un número y nos sentamos a esperar nuestro turno. Damian sacó del bolsillo de la chaqueta un trozo de papel y un bolígrafo y escribió una nota que después metió en la caja, luego me pidió la etiqueta que me había pedido comprar en la papelería y la pegó en la caja después de anotar algunos datos. Esta vez cuando llegó nuestro turno él se encargó de hablar en la taquilla mientras yo lo esperaba sentada. Me extrañó que no hubiera ningún nombre, la etiqueta ponía una dirección y un código postal y la nota sólo decía "Cuida mejor de tus cosas, te delatan".
Al salir de la oficina de correos caminamos en dirección al orfanato, de vuelta a la burbuja de felicidad. Nos topamos con un paso peatonal y paramos a esperar que el semáforo cambiara a verde, perdida en mis pensamientos, dirigí la mirada hacia el nombre de la calle y el corazón me dio un vuelco.
—¿Te importa… si vamos a otro sitio antes de regresar?— dije mirando hacia la derecha la calle perpendicular a la que estábamos.
Damian me siguió, por esa calle y nos fuimos alejando de las casas, hasta llegar a un camino de tierra amarillenta, más adelante se podían ver cipreses detrás de un muro blanco. Llegamos hasta una gran reja, seguía abierta.
Todo este tiempo había sabido dónde estaban enterrados, pero no había ido desde el entierro, Damian me miraba algo incómodo.
—Sé que no es un lugar muy agradable, pero tenía que venir.
Caminamos hasta encontrar los nombres que buscaba, no pude evitar que se formara un nudo en mi garganta, se me revolvió el estómago y las piernas me fallaban, por lo que caí al suelo de rodillas al borde del llanto. Respiré hondo para intentar controlarme y pasé una mano por la tumba cubierta de hojas.
—Lo siento…—susurré a duras penas. Hasta ese momento no sabía verdaderamente cuánto los echaba de menos. Intenté tragarme el nudo que apresaba mi garganta y me levanté nuevamente, Damian me miraba sin saber qué hacer, le hablé aún mirando hacia abajo—Me preguntaste qué pasaba—señalé con la mano el lugar donde yacían los restos de mi familia—supongo que ya has visto la fecha, pero hace un año que están allí, la vida me dio un bonito regalo de cumpleaños, el último, justo al empezar el día, a las doce…—Miré a Damian de reojo y me sorprendió su expresión, estaba paralizado mirando la fecha
—¿Qué pasó?—me agaché de nuevo y retiré algunas hojas de la tumba
—Un accidente… Un camionero conducía en sentido contrario y mi padre iba hablando por teléfono… Conmigo…—no pude evitar sonreír con cierta ironía al recordar ese momento—no recuerdo ni por qué discutíamos, pero en medio de un frase se cortó la llamada…Pensé que me había colgado, pero la llamada que llegó después no era suya…—El rostro de Damian mostraba un montón de sentimientos a la vez, en aquel momento lo confundí con lástima, pero aquello era algo más, mucho más complejo.
—¿Un… camionero borracho… en la autopista…?—me levanté de nuevo y lo miré a la cara, no se veía muy bien, miraba fijamente la tumba.
—Sí, eso fue lo que me dijeron… Pero no mencioné la autopista, ni que estaba borracho—dije con un ligero tono de acusación, él sabía algo, ignoró la segunda parte y me miró
—¿Lo que te… dijeron? ¿No lo viste por ti misma?—reí con desprecio
—¿Por qué iba a querer ver a un pobre desgraciado tan drogado que ni siquiera recordaba lo que había hecho?—miró hacia abajo, se veía mal, por lo que decidí volver al orfanato, tiré de la manga de Damian y lo arrastré hacia la salida porque no parecía reaccionar, levantó ligeramente la cabeza hacia mí, lo miré por encima del hombro—No tiene sentido que sigamos hablando de esto.
—Lo siento mucho, yo…—apenas alcancé a oír sus palabras
—¿Qué?—volvió a bajar la cabeza
—Nada…
Durante el camino de vuelta mantuvo la cabeza agachada, perdido en sus pensamientos, sin decir una palabra, siendo arrastrado por mí, que aún sujetaba la manga de su chaqueta. Pensé en soltarlo varias veces, pero parecía estar sufriendo, por lo que lo llevé hasta llegar a la puerta del orfanato. Tal como lo recordaba, el ambiente dentro era totalmente distinto, no había ruidos, pero el silencio, interrumpido por alguna risa de los niños, era pacífico, no penetrante. Respiré, en cierto modo aliviada, por alguna razón sentía como si me hubieran quitado un gran peso de encima, Damian seguía igual, le solté la manga y me puse delante de él, levantó ligeramente la cabeza.
—¿He interrumpido un pensamiento eh?—me miró más relajado, algo de su frialdad había vuelto a su rostro
—Hasta mañana—dijo, como si me estuviera evitando y caminó hacia las escaleras
—Pero si todavía es—cuando me giré ya se había ido—temprano…—no pude evitar sonreír ligeramente.
Fui también a mi habitación, la verdad es que estaba cansada, allí me topé con Semine, Anneka y Britta sentadas en el suelo en círculo, acababan de ducharse, por lo que tenían el cabello húmedo. Al entrar Anneka y Britta me miraron algo extrañadas.
—Estás… ¿Sonriendo? Tal vez son alucinaciones mías…—Semine levantó la cabeza al escuchar a Anneka
—¿En serio?—no pude evitar reír
—Ni que fuera la primera vez…—Las tres me miraron con interés
—Bueno, es que esta vez es… de verdad—esta vez interrumpió Semine
—¿Qué ha pasado?—desvié la mirada
—Supongo que he descubierto algo bastante interesante…
Estaba cansada de vivir, pero decidí quedarme… sólo un poco más. Había encontrado algo con lo que entretenerme por un tiempo. 

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