viernes, 19 de julio de 2013

Capítulo 5: Aniversario

Esa mañana estaba de un humor pésimo. Había dormido tan solo unas horas y había sido en una escalera, por lo que me dolía todo el cuerpo. Pero no era eso lo que me molestaba.
De alguna manera, al levantarme el chico que había llegado el día anterior había empezado a vivir en el orfanato y tenía que estar con él, María había dicho algo de vigilar, pero no le había prestado mucha atención. Así que allí estábamos, ambos en clase sin ningún interés, ahora a mi lado en lugar de Semine estaba aquel chico odioso.
Nuestra presentación había dejado claro que ninguno de los dos estaba de acuerdo, pero yo no estaba de humor para protestar y él no podía permitírselo. Después de salir del despacho de María me lo había encontrado sentado en uno de los bancos mirando al suelo como un niño regañado, al escucharme me había mirado con asco, no pude evitar sonreír
—Así que eres Damian
—No necesito una niñera
—Me llamo Ever, un gusto conocerte—miró hacia otro lado, molesto
—No es recíproco
—Sólo era una formalidad
—Nadie te ha preguntado—por alguna razón verlo tan irritado me divertía y terminé sonriendo de nuevo
—Vamos, tenemos que irnos
—No tengo por qué obedecerte—me acerqué a él y lo miré a los ojos
—Sé que estas huyendo de alguien que pasó por aquí ayer y que has hecho algo, no sé quién era ni qué es lo que has hecho, pero estoy segura de que si te entrego a la policía te encontrará. No tienes por qué obedecerme, pero yo no tengo por qué aguantarte—me sonrió de forma extraña y se levantó, le devolví la sonrisa—buen chico.
Después de nuestra primera conversación nos fuimos a clase sin dirigirnos una palabra, y allí seguíamos, yo miraba por la ventana y él estaba sentado de cualquier manera en la silla. Así pasaron las seis horas de clase.
Esperé que todos salieran antes de levantarme de la silla, cogí la mochila para ir al comedor, cuando me di cuenta de que Damian se había quedado dormido. Pensé en despertarlo, pero callado no molestaba y yo tampoco tenía hambre, así que lo dejé así. Me senté en una de las mesas y volví a mis pensamientos, incluso dormido Damian tenía cara de malhumorado.
Suspiré y cerré los ojos. Comencé a ver mi antigua casa en mis recuerdos, comencé a acordarme incluso del ambiente que había, tan cálido. Mis padres se querían y mi hermanito nunca molestaba, siempre estaban todos alegres, pero dentro de esa familia feliz había un defecto: yo.
Abrí los ojos de nuevo y bajé la mirada. Era consciente de que había tenido una vida que no merecía, y en un arrebato de lógica de la vida lo había perdido todo, aunque debería haber sido yo la que muriera, seguía aquí. Pero, ¿qué era la vida sino un puñado de acontecimientos sin sentido?
Suspiré, mi mal humor iba en aumento mientras más tiempo sola pasaba, sinceramente, todo esto era ridículo, toda mi familia muerta, yo rodeada de un montón de duendecillos de la felicidad, haciendo de niñera del chico mas irritante que podía haber conocido y aferrándome estúpidamente a una fantasía… Toda mi vida parecía un chiste de mal gusto. Pero no terminaba ahí.
Un sonido a mis espaldas interrumpió mis pensamientos. Britta había dado unos ligeros golpes en la puerta y me miraba desde la entrada. Me acerqué adonde estaba y me fijé que llevaba dos envases y cubiertos en la mano, me los dio sonriendo y miró hacia donde estaba Damian. Aún no manejaba muy bien el lenguaje de señas, pero por lo que sabía me había dicho algo como “después de comer lleva los envases a la cocina”.
—Gracias—intenté sonreír lo mejor que pude, pero sé que solo conseguí hacer una mueca extraña. Ella no pudo evitar reír
Si te preguntas como ríe un mudo, puedo decir que igual que cualquier persona, pero sin sonido, solo escuchas el aire pasar por su boca repetidas veces. Volviendo a los hechos. Britta me dedicó una mirada de disculpa por eso
—No importa, sé que debe ser gracioso—me sonrió una última vez y volvió al pasillo. Antes de empezar a bajar las escaleras se giró hacia mí de nuevo “debes venir a las seis a la planta baja, te esperaremos”. Antes de que pudiera preguntar por qué ya había desaparecido en las escaleras.
Me limité a entrar de nuevo en el salón de clases vacío, me volví a sentar en una mesa cualquiera con los envases en las piernas y los miré un buen rato antes de decidir si comer o no, al final decidí lo primero, no tenía ganas de tener a Semine todo el tiempo otra vez obligándome a comer, ahora que había recuperado algo de peso.
Abrí uno de los envases y cogí un par de cubiertos, cuando iba a empezar a comer sentí un escalofrío en la espalda.
Miré hacia donde estaba Damian, me miraba con la cabeza aún apoyada en la mesa y sus brazos sólo dejaban ver sus ojos
—Vas a dejarme algo ¿no?—le tendí el segundo envase de mala gana. Se levantó y lo cogió mientras me sonreía con burla. Me sacaba de quicio.
Comimos en silencio, uno en cada punta de la habitación, pero aun así era irritante. Damian me miró fijamente durante ese tiempo con esa estúpida sonrisa en su cara y yo miré por la ventana intentando distraerme.
El otoño era algo contradictorio para mí, sobre todo este día. Una ráfaga de viento hizo que algunas hojas marchitas pasaran por la ventana y me invadió un sentimiento melancólico. Una de las hojas cayó al suelo y me levanté a recogerla sin pensarlo demasiado. Al levantarme volví a sentir su mirada clavada en mí, suspiré, molesta.
—¿Qué pasa? ¿Eres de esas personas que acumulan basura?—empezaba a irritarme demasiado. Lo miré sin expresión alguna en la cara
—Métete en tus asuntos—apareció una media sonrisa en su cara y me miró con interés
—Que niñera más rara, ¿no eres tú la que se está metiendo en mis asuntos?—volví a sentarme en la mesa mirándolo fijamente
—No me he metido en tus asuntos, solo hago esto por obligación
—¿Y por qué obedecerlo? ¿Quiénes son ellos para ordenarte nada?— miré hacia otro lado confusa, ¿qué estaba tratando de hacer exactamente?
—Son las personas que me mantuvieron viva…
—¿Y tú querías vivir?—pensé la respuesta, debería estar agradecida ¿no?, pero no me sentía de esa manera… No pude responder nada, el chico rió ante mi silencio—Lo sabía


En la terraza, una mochila abandonada, o tal vez escondida a la sombra de una esquina atrae la atención de María, que había subido a tomar el aire. Se acercó a ella y la abrió, estaba llena de libros y cuadernos, en el fondo descubrió un móvil, le quedaba poca batería. Ya resultaba obvio que la misteriosa mochila no pertenecía a alguien del orfanato, pero sospechaba cómo había llegado allí.
Revisando los bolsillos en busca de una pista de su propietario, finalmente encontró un carnet de estudiante, leyó el nombre varias veces para asegurarse de lo que veía. Una sonrisa llena de nostalgia cruzó su cara mientras veía la foto del carnet.
—Cómo has crecido…—dijo en voz baja, luego cogió la mochila y se la llevó a su despacho.
Si no se equivocaba respecto a la forma en que había llegado la mochila a la terraza, entonces no tardaría en ser reclamada. Sobre su mesa había dos papeles, uno de ellos indicaba el traslado de alguien desde otro orfanato, y el otro era una ficha para el nuevo huésped, el chico de pelo castaño oscuro llamado Damian. Si lograba conseguir suficiente información podría mantenerlo en el orfanato oficialmente. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había pasado algo similar, pero aquello era algo diferente. Deseó suerte a Ever mentalmente y siguió con su trabajo.


Me presenté a las seis a la planta baja tal y como me habían dicho, allí estaban Britta, Semine y Anneka esperando frente a la puerta de lo que parecía un gran gimnasio, todas estaban vestidas con ropa de hacer ejercicio. Me saludaron enérgicamente con la mano mientras sonreían, me limité a levantar la mano, no estaba como para saludos.
—¿Por qué me has seguido hasta aquí? te dije que podías irte adonde te diera la gana—Damian rió a mi espalda
—¿Y no es eso justamente lo que he hecho?—sonreí con ironía
—¿Vas a jugar al perro obediente? No sabía que eras de los que va lamiendo la mano al primero que le ofrece comida—se acercó más a mí
—Si mal no recuerdo eras tú la que me seguía anoche
—¿Quieres que me lo tome como una venganza o algo así?
—¿Crees que lo es?—lo miré molesta, tal como sospechaba tenía esa sonrisa burlona en la cara, quise quitársela de un golpe, pero simplemente respiré hondo y seguí caminando hasta llegar al lado de las demás
—No creo nada, simplemente ve a tu habitación o a donde sea lejos de aquí—finalmente se notó en mi voz que estaba harta de jugar
—Aún no tengo una—se acercó a más a mí y me habló al oído—me quedaré a tu lado todo el día—habló con una voz irritantemente melosa resaltado el “todo el día”, me aparté de él de un salto, conteniéndome de nuevo de quitarle esa sonrisa a golpes, no sabía cuánto aguantaría aquello. Damian se echó a reír mientras lo miraba con rabia.
Me dirigí a las demás, que habían observado la escena en silencio, sin saber a quién reclamar
—¿Cómo que no tiene una?—Anneka me sonrió
—Ahí está el truco, tiene que estar contigo todo el día—apreté los puños al escuchar esa frase de nuevo, por lo que a Damian le dio otro ataque de risa, esta vez la sonrisa de Anneka fue más prudente—si tiene un lugar donde esconderse no tiene sentido, además él también tenía que venir
Finalmente suspiré con resignación, vi a Semine tendiéndome una camiseta y un pantalón para hacer deporte, los cogí de mala gana y entré al gran gimnasio, Damian me siguió, al parecer también le habían dado ropa a él. Me fui a una puerta que parecía llevar a un vestuario, mi irritante seguidor caminó con intención de seguirme incluso hacia el vestidor, le señalé la puerta de enfrente
—Los chicos allí—me miró con inocencia fingida
—¿En serio? Me dijeron que te siguiera todo el tiempo—lo miré con frialdad, pero no dije nada, suspiré y di un portazo sin importarme si le hacía daño, escuché una corta risa y luego se marchó.
Respiré hondo una última vez y comencé a cambiarme, al salir me encontré a Damian apoyado en la pared viendo lo que hacían los demás, sinceramente, preferiría que estuviera todo el tiempo con esa mirada de indiferencia, busqué con la mirada a Semine, Anneka y a Britta y me fui adonde estaban, al pasar a su lado Damian se separó de la pared y volvió a seguirme.
—¿Ahora vas a ignorarme?
—Pues no es mala idea, la verdad…
Llegué junto a las tres chicas, ahora que me fijaba, en aquel lugar había pequeños grupos haciendo cosas distintas. Veía sacos de boxeo, instrumentos de gimnasia, balones, cada grupo ejercitaba algo distinto. Anneka habló
—Como veis aquí hacen un poco de todo, nos enseñan cualquier cosa que nos pueda hacer más dependientes—señaló un grupo de chicos que se pasaban varios balones—ellos están aprendiendo a captar su entorno y comunicarse de distintas maneras para coordinarse con los demás, allí están aquellos que no pueden ver, oír o hablar—señaló otro grupo que caminaba por encima de algunos bancos, colocados con una separación de un paso, pasaban de uno a otro, se agachaban, se sentaban, luego apoyaban la cabeza en el banco y volvían a levantarse—allí están los que no pueden ver, es un ejercicio de equilibrio, pero les ayuda a mantenerse aunque no puedan sentir bien su apoyo—señaló otro grupo que jugaba un partido de baloncesto a un lado, pero todos llevaban silbatos en la boca y de vez en cuando hacían señas con las manos a los demás—puede que los mudos, no hablen, pero pueden soplar, así pueden coordinarse, y hacen ciertas señales para comunicarse con los sordos que están en su equipo—finalmente señaló un saco de boxeo que teníamos al lado—nosotros aprendemos cómo administrar nuestra fuerza para hacerla más eficaz, por ejemplo—esta vez intervino Semine
—Aquí ayudan a los que les falta algún sentido a hacer las cosas de una forma alternativa para que eso no les impida vivir normalmente, y aquellos que tienen todos sus sentidos aprenden a  manejarlos mejor—observé mejor los grupos, todos estaban dirigidos por algún profesor, que supervisaba los ágiles movimientos de los alumnos.
Después de realizar pruebas físicas para averiguar en qué necesitábamos ejercitar, volvimos a nuestras habitaciones. Tuve que acompañar a Damian a la suya antes de volver a la mía. Al entrar cogí un poco de ropa y una toalla y fui a las duchas de la planta baja, había otras chicas duchándose también, me desvestí y puse mis cosas en un banco que había al lado de las duchas. El agua alivió un poco la rabia que me quemaba por dentro, pero no logró eliminarla.
Cerré la pila del agua y me dirigí al banco aun chorreando. Cogí la toalla empecé a secarme, a mi alrededor varias chicas se vestían mientras hablaban despreocupadamente. Recuerdo que al principio me sentía incómoda con aquella falta de intimidad, pero después me di cuenta de que en realidad yo era invisible a todas ellas, así que no tenía sentido ocultarme de nadie. Metí la ropa sucia en una bolsa de tela y salí al pasillo de nuevo aún secando mi pelo con la toalla.
En la misma planta estaban la lavandería y el gimnasio. Semine aún seguía en el gimnasio, así que decidí asomarme antes de ir a la lavandería. Estaba jugando baloncesto con un gesto de profunda concentración, me apoyé en el marco de la puerta y la observé con interés, a diferencia de cómo la veía normalmente, tenía los ojos cerrados, supuse que para centrarse mejor. Anneka también seguía en el gimnasio, pero ya estaba recogiendo el equipo, al verme se acercó a donde estaba y miró a Semine sonriendo con admiración
—Increíble ¿verdad?—dirigí mi vista hacia a Anneka para escuchar lo que decía, me sonrió—¿Sabes cómo lo hace?—negué con la cabeza—Te lo explicaré. Puede jugar baloncesto porque escucha el balón en todo momento, ya que tienes que hacer que rebote en el suelo mientras te mueves, puede saber la posición del balón en todo momento, además por el roce del suelo con el zapato saben la posición de los jugadores a su alrededor.
—Y ¿cómo bloquean un balón?
—Bueno, no pueden verlo, pero tienen cierta intuición para saber desde donde puede venir un balón e intentar pararlo. De todas formas en cada equipo hay también personas que pueden ver y orientan un poco, cada equipo silba de una forma distinta y así indica un pase o una dirección.—miré a Semine un rato más con interés, parecía realmente concentrada en lo que hacía, supuse que tendría también que aislar los sonidos provenientes de aquellos que estaban fuera del partido.—Tengo que seguir recogiendo, hasta mañana
—Hasta mañana—respondí sin mirarla.
Suspiré y fui a la lavandería, era un sitio enorme con un montón de lavaderos para lavar la ropa a mano, al lado de la puerta había una mesa con numerosas barras de jabón unas más gastadas que otras, en la pared había un perchero enorme del que colgaban varias bolsas de tela de otros habitantes del orfanato. Cada bolsa tenía marcado el nombre de su propietario, algunos lo habían bordado, otros lo habían pintado, otros habían usado rotuladores, cada uno elegía como hacerlo. La mía tenía el nombre bordado por Semine, que se había ofrecido a hacerlo el día que empezamos a compartir habitación. Colgué mi bolsa en el perchero y volví a la habitación. Me metí en la cama y me arropé, pero no cerré los ojos, me quedé mirando el movimiento de las cortinas amarillentas, que se mecían suavemente por el viento que entraba por la ventana.

Dirigí la vista hacia el pequeño reloj posado sobre la mesa, pude distinguir las agujas brillar con la luz de la luna: eran las doce. Hacía exactamente un año, mi padre, mi madre y mi hermano viajaban por la autopista cuando ocurrió el accidente que les costó la vida.

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