viernes, 19 de julio de 2013

Capítulo 4: Demonios internos

De pronto no sabia dónde estaba, pero hacía mucho frío. Al levantar la cabeza me encontré en un gran bosque blanco arrodillada en medio de un camino de tierra.
Me levanté lentamente y escuché una risa a mis espaldas. Una figura encogida debajo de una capa se dirigió a mí
—¿Qué ocurre? ¿Estás perdida? ¿Quieres que busquemos a tus padres?— soltó otra vez una risa aguda un tanto irritante— oh, cierto, ya no están…—volvió a hablar con un tono más suave— ¿sabes por qué? ¿lo sabes?—rió nuevamente y se levantó— ¡Yo los maté! Oh, ¿acaso estás llorando? A pesar de que tienes tanta culpa como yo…—me llevé la mano a la mejilla y sentí algo húmedo ¿de verdad estaba llorando?, me miré las manos para comprobarlo, pero no eran lágrimas, estaban manchadas de un líquido rojo oscuro. Miré hacia donde estaba la chica con los ojos húmedos, pero había desaparecido. Después de un rato escuché su irritante risa a mis espaldas—¿me buscabas?
Al oír su voz algo se apoderó de mí y me abalancé sobre ella, pero retrocedió y caí de rodillas al suelo mientras la veía sonreír.
—¡Qué gran idea! Juguemos un rato— rió una vez más y corrió mientras yo la perseguía
Sus pasos eran tan ligeros y rápidos que parecía que flotaba y la capa se movía con el viento, empecé a tirarle todo lo que encontraba, pero siempre lo esquivaba riendo. El camino terminaba en un claro rodeado de árboles. La chica se giró hacia mí riendo y yo me abalancé sobre ella de nuevo, cayendo dentro de ese claro, que resultó ser una sala de espejos. Escuché su irritante risa a mis espaldas de nuevo
—Uy, si sigues así vas a hacerte daño…— la ira se apoderó de mi y me giré hacia ella, pero ya no estaba
La escuché reír de nuevo y volví a girarme, se movía rápido, una y otra vez intenté atraparla, pero al llegar ya estaba en otro lugar, escuchaba su risa cada vez más fuerte y mi rabia aumentaba cada segundo hasta que no pude controlarme en absoluto y me lancé sobre ella, pero la piedra de mi mano chocó con el espejo que tenía delante. La capa se había caído de su cabeza y ella se encontraba en lugar de mi reflejo mirándome fijamente a los ojos mientras sonreía con burla, retrocedí un paso, aquella chica era yo, pero su mirada era distinta en cierto modo. Caí al suelo una vez más y bajé la cabeza, temblando. Sentí que me abrazaba desde atrás
—¿Qué ocurre? ¿Ahora te das cuenta de lo que has hecho? ¿O es que te has dado cuenta de algo peor?—me abrazó aún más fuerte y me susurró al oído—No puedes herirme por más que lo intentes… No puedes regresar los muertos a la vida por más que quieras…
Al despertar el corazón me latía más deprisa y sentía aún el miedo y la rabia en el pecho. Hacía casi un año que sólo era capaz de tener pesadillas relacionadas con esa noche, pero había sido sin duda la peor de todas. El momento en el que eres consciente de esa parte de ti que intentas negar e ignorar constantemente es algo horrible.
Me levanté lentamente y me estiré, cuando sentí una mirada clavada en mí. Miré hacia mi izquierda, había un chico de pie de pelo castaño oscuro que me miraba fijamente. Fui incapaz de moverme mientras centraba su atención en mí, tenía sentimientos encontrados al verlo, una parte de mí quería salir corriendo y la otra me decía que me quedara. Me apoyé en la pared, estaba temblando, pero ya no sabía si era por miedo o por frío. Una media sonrisa cruzó por la cara del chico mientras me miraba y luego volvió a mirar fijamente la puerta como si esperara algo.
Anneka subió las escaleras corriendo seguida de Britta, tenía un muy mal presentimiento, y eso sólo podía estar relacionado con una cosa. Llegó al despacho de la directora, quien la saludo alegremente y luego la miró con preocupación
—¿Qué ocurre? Estas sin aliento—la chica habló como pudo
—El… teléfono… necesito usar… el teléfono…—se acercó una mano al pecho mientras respiraba dificultosamente.
—Claro, es todo tuyo—la directora se volvió a sentar en el escritorio lleno de papeles y puso las gafas de nuevo sobre su nariz mientras los leía. Britta le tendió una botella de agua a Anneka, la cual aceptó con gusto. Bebió unos cuantos tragos y luego se la devolvió.
Junto a la pared de la entrada, había una mesa pequeña pero alta que sostenía un teléfono fijo algo viejo pero igualmente eficiente. Anneka se dirigió a él y marcó a toda velocidad un número que conocía bien, levantó el auricular y tras un suspiró se lo llevó a la oreja y esperó a que terminaran los pitidos y alguien contestara al otro lado de la línea. Después de una espera que le pareció eterna, finalmente se escuchó la voz de una mujer
—¿Quién es?—se entristeció un poco al escuchar la misma voz de siempre, pero no era momento para pensar en eso. Se apresuró a responder
—Soy yo—La mujer del teléfono habló con una voz más alegre
—¡Anneka! Karen aún no ha llegado, pero puedo decirle que llamaste, ¿quieres que le diga algo en concreto?—ese mal presentimiento seguía creciendo
—¿No ha vuelto? ¿No debería estar ya en casa?—se escuchó un silencio al otro lado de la línea y la mujer habló con un tono más pensativo
—Ahora que lo dices debería haber vuelto hace una media hora, la he llamado al móvil, pero seguramente lo tenga en silencio—volvió al tono alegre de antes—bueno, ya sabes cómo es, seguramente se ha quedado hablando con sus amigas o se ha distraído con algo, debe estar de camino
—Supongo que tienes razón…—se escuchó otro silencio al lado de la línea, esta vez la otra persona habló con un tono más serio
—¿Estás segura de que no quieres que le diga que has llamado? Aquello pasó hace mucho, y ella no era consciente de sus palabras—Anneka la cortó antes de que pudiera seguir
—Gracias, pero no creo que sea buena idea. Llámame cuando sepas algo, por favor—se escuchó un suspiro al otro lado del teléfono
—De acuerdo. Cuídate
—Lo mismo digo—después Anneka colgó el auricular sin retirar la mano de este y se quedó mirando al suelo, sentía que había pasado algo malo, pero no tenía forma de saberlo.
Se dirigió a los bancos de la pequeña sala de espera y se dejó caer en uno de ellos pensando en lo que podía hacer. Britta fue a sentarse junto a ella y la abrazó.
No dijo una sola palabra, volvió a mirar la puerta con la cara seria de antes, de pronto esta se abrió y él dio un paso hacia atrás con cautela. Me pregunté qué era lo que lo tenía tan tenso, no recordaba haberlo visto nunca, pero si estaba aquí debía ser porque vivía en el orfanato. Me sorprendí al ver a Semine cruzando la puerta.
—Estoy aquí—dije, suponiendo que me buscaba. Me dirigió una sonrisa y caminó hacia donde estaba, sin embargo al pasar al lado del chico no sólo lo ignoró por completo, sino que su expresión se volvió fría, hasta ese momento creía incapaz a Semine de poner una expresión así, el chico volvió a sonreír igual que hace un momento, pero esta vez esa sonrisa iba dirigida a ella. No pude evitar fruncir el ceño, no me gustaba que la mirara así.
Semine me cogió de la mano y me llevó hacia la puerta caminando rápidamente y empezamos a bajar las escaleras.
—¿Qué ocurre?—el pelo negro de mi compañera se mecía a su espalda mientras bajábamos las escaleras
—Anneka tiene un mal presentimiento, y creo que tiene algo que ver con ese chico—llegamos al despacho de María, y vi a Anneka y a Britta sentadas en los bancos de la sala de espera.  No entendía nada, ¿un mal presentimiento sobre qué?
La imagen alegre e hiperactiva que tenía de Anneka se contradecía totalmente con la persona que veía ahora, estaba totalmente derrumbada, el cabello tapaba su cara, pero podía imaginarme cómo estaba. Britta tenía un brazo abrazándole los hombros y tenía también mala cara.
—¿Qué te ha dicho?— Anneka negó con la cabeza sin levantarla y se encogió ligeramente de hombros, su voz era casi un susurro
—Me ha mentido… no lleva media hora de retraso, lleva una hora entera…—se encogió aún más y escuché cómo intentaba inhalar profundamente—no saben nada de ella y no contesta…—esta vez sus hombros empezaron  dar pequeños espasmos y su respiración se volvió entrecortada.
Britta la abrazó más fuerte y Semine le tendió una mano, ambas caras transmitían una gran preocupación. Viéndolo desde fuera daba un poco de envidia que pudieran confortarse de esa manera sin necesidad de usar palabras. Yo sólo pude quedarme de pie viendo aquella escena sin saber qué podía hacer, no entendía nada, pero por alguna razón yo también tenía ganas de llorar, no pude evitar salir de la pequeña sala, aquel sentimiento empezaba a sofocarme. Sin pensarlo salí de allí y corrí hacia mi habitación, donde me quedé hecha un ovillo en el suelo y las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos, aunque no sabía lo que pasaba, aunque no entendía lo que pasaba, al ver a Anneka así un sentimiento pesado se apoderó de mi pecho. ¿Por qué?.
El sol se había ocultado por completo, las lágrimas habían parado y me senté con la espalda apoyada en la pared abrazando mis piernas. Semine entró en la habitación después de un rato e intento convencerme de que bajara a comer, pero rechacé su propuesta sin mirarla, con tantas cosas desagradables en mi mente no tenía hambre.
Durante una hora estuve contemplando la luna llena a través de la ventana, perdida en mis pensamientos, ya me había rendido en intentar detenerlos, así que solo los dejé correr. Gran error.
Semine volvió a la habitación y me saludó, después se cambió de ropa y subió a la cama de arriba de la litera. Yo decidí hacer lo mismo, consciente de que no iba a poder dormir me acosté y cerré los ojos, pero eso fue peor.
Empecé a dar vueltas en la cama intentando quedarme dormida, pero mis pensamientos habían sido removidos por esa pesadilla. Justo cuando había conseguido olvidar el sentimiento de culpa, mi subconsciente me daba una puñalada por la espalda, como hacía siempre.
Me levanté lentamente de la litera intentando no hacer ruido, pero la estructura chirriaba con cada mínimo movimiento. Por fin logré poner los pies en el suelo, me puse los zapatos y abrí la puerta de la habitación.
—¿Adónde vas?—la voz adormilada de Semine me sobresaltó cuando ponía un pie en el pasillo
—No puedo dormir, voy a dar una vuelta—mi compañera de habitación bostezó y volvió a apoyar la cabeza en la almohada. Ni siquiera se había molestado en abrir los ojos como hacía siempre, un hábito que tenía a pesar de ser ciega.
—Ni tu ni nadie si te mueves tanto—dijo refiriéndose a la espantosa forma en que chillaba la madera al moverse. Semine dio media vuelta en su cama y se quedó de espaldas a mí—puedes ir a la biblioteca, hay buenos libros para matar el tiempo.
—Iré. Lo siento, buenas noches…—escuché su respuesta casi en un susurro
—Buenas noches…—demasiado tarde, pensé
Salí de la habitación girando el picaporte lentamente, otra cosa que necesitaba un poco de aceite. Oí un largo suspiro de Semine a través de la puerta.
Caminé por los pasillos como una sonámbula hasta llegar a la biblioteca. Era un lugar pequeño, pero la decoración era tan elegante como la del despacho de María. Las paredes estaban cubiertas por unas altas estanterías llenas de libros. Sobre las mesas había unas lámparas, que no tardé en descubrir eran sólo de adorno, ya que no tenían bombilla.
Sentado en el poyete de la ventana, con un pie sobre la mesa del fondo estaba el mismo chico de esta tarde, con la misma actitud vigilante, mirando por la ventana. Giró la cabeza hacia mí al escuchar la puerta, me encogí ligeramente, algo en mí se revolvía cuando lo tenía cerca. Fijó su mirada en mí por un momento, ciertamente yo también lo hubiera hecho si viera una chica paseando por ahí en pijama con una manta por encima.
—No esperaba encontrar a nadie—me defendí. El chico no respondió, simplemente volvió a mirar por la ventana, como si esperase algo.
Caminé pasando al lado de las estanterías mientras miraba por encima el lomo de los libros, la mayoría eran antiguos, encuadernados de manera vistosa, lo que le daba un toque mágico a aquel lugar, como si se hubiera detenido el tiempo.
Cogí por fin un libro con la pasta cubierta de tela y letras doradas, no me fijé en el título. Luego me senté en una silla y lo abrí por una página cualquiera, una imagen de la lucha entre un ángel y un demonio apareció cubriendo la página entera, había visto muchas imágenes como esa a lo largo de mi vida. Era la típica imagen de un {angel pisando a un demonio mientras le clavaba una espada con una mirada fría, contemplando la agonía del demonio.
Realmente nunca había entendido aquellas imágenes, representando la lucha entre el bien y el mal, pero contradecía por completo el concepto de aquellas criaturas supuestamente puras y benevolentes.
Entre mis cavilaciones apareció de nuevo la imagen de la chica del espejo, que  comenzó a atormentarme de nuevo, la veía sonreír mientras me restregaba la culpa otra vez en la cara, la escuchaba reírse de mí. Apreté los puños. A ella deberían atravesarla con una espada.
De pronto sentí un ligero golpe por detrás de la cabeza
—¡Eh!—escuché una voz desconocida, el chico estaba de pie a mi lado. Me giré y le respondí de mal humor.
—¿Qué quieres?— No se inmutó lo más mínimo.
—No estabas respirando—Me dirigió una mirada fría y se produjo un silencio algo tenso, finalmente volví a mirar el libro y descubrí que tenía los puños apretados. Suspiré.
—Ah, ¿Sólo eso? No se puede morir aguantando la respiración—algo pareció hacerle gracia y una sonrisa asomó en su cara
—Al parecer lo sabes muy bien—el chico caminó de nuevo a la mesa, le dirigí una mirada de odio a su espalda. Se asomó a la ventana antes de sentarse y se escondió rápidamente detrás de la pared, de pronto parecía muy tenso.
—¿Qué pa—me cortó antes de que pudiera terminar la frase.
—Shhh…—se dirigió al interruptor de la luz y la apagó, me hizo una seña para que no me moviera y caminó silenciosamente hacia la ventana, asomándose cuidadosamente de nuevo, como si se escondiera de algo. Lo observé sin comprender, parecía asustado y la vez lleno de rabia.
Empezó a escucharse una risa desde afuera, era un sonido lejano, pero por alguna razón me helaba la sangre, esa risa no era de felicidad.
El chico intentó asomarse un poco, pero inmediatamente ocultó la cabeza de nuevo, justo después una piedra entró por la ventana, rompiendo el cristal, llegó a mi lado y pude ver que la piedra tenía una nota atada,” qué romántico”, pensé con ironía.
Después de un rato el chico se acercó, levantó la piedra y cogió la nota, que leyó con una mirada fría de nuevo, sin embargo, lo que pude ver a contraluz en el papel hizo que el corazón se me acelerara. ¿Quién era? ¿De qué estaba huyendo?
Al terminar de leer la nota la arrugó y se la metió en el bolsillo, luego se dirigió a la puerta y empezó a abrirla
—Espera—le susurré
Él me miró por encima del hombro, pero abrió la puerta y salió sin responder nada. Yo me levanté y lo seguí, me arropé con la manta, pero el frío que sentía en el pecho no se iba. En el pasillo él se giró hacia mí algo molesto
—¿Qué haces?
—Seguirte—me miró como si estuviera loca
—¿Por qué?—me encogí de hombros. Él dio un bufido y siguió caminando
Estuvimos recorriendo el orfanato aparentemente sin rumbo, al parecer él sólo quería saber cómo era el lugar donde estaba, finalmente llegamos al piso más bajo, donde estaban el almacén, el comedor y los baños. Por todos los sitios donde pasábamos miraba a los lados como si esperaba encontrar algo
—Si quieres puedo decirte dónde está lo que buscas—me miró con el ceño fruncido
—¿Sabes lo que busco?—me encogí
—No, pero…—él relajó su expresión y pareció darse cuenta de algo
—No importa
Luego caminó de vuelta a las escaleras y subimos a la primera planta, se sentó en un escalón de la escalera que llevaba a la segunda planta y miró el suelo con una expresión seria, me senté cerca de él y me abracé a mí misma, estaba siendo una noche muy larga. Escuché su voz de nuevo
—¿Tú no duermes?—era extraño la forma en que hablaba. Sus palabras eran amistosas, sin embargo su voz estaba llena de frialdad
—Hoy no
—¿Por qué me sigues?—lo pensé por un momento, él era directo, así que decidí hacer lo mismo
—Para distraerme—sentía su mirada clavada en  mí
—Ponte a jugar a algo y déjame en paz—parecía molesto, se levantó y bajó las escaleras.

Me quedé sola en el silencioso pasillo, todo estaba oscuro. Me abracé a mí misma más fuerte, había descubierto algo interesante: si pensaba en otros no pensaba en mí, por lo que el tormento disminuía.

Capítulo 5: Aniversario

Esa mañana estaba de un humor pésimo. Había dormido tan solo unas horas y había sido en una escalera, por lo que me dolía todo el cuerpo. Pero no era eso lo que me molestaba.
De alguna manera, al levantarme el chico que había llegado el día anterior había empezado a vivir en el orfanato y tenía que estar con él, María había dicho algo de vigilar, pero no le había prestado mucha atención. Así que allí estábamos, ambos en clase sin ningún interés, ahora a mi lado en lugar de Semine estaba aquel chico odioso.
Nuestra presentación había dejado claro que ninguno de los dos estaba de acuerdo, pero yo no estaba de humor para protestar y él no podía permitírselo. Después de salir del despacho de María me lo había encontrado sentado en uno de los bancos mirando al suelo como un niño regañado, al escucharme me había mirado con asco, no pude evitar sonreír
—Así que eres Damian
—No necesito una niñera
—Me llamo Ever, un gusto conocerte—miró hacia otro lado, molesto
—No es recíproco
—Sólo era una formalidad
—Nadie te ha preguntado—por alguna razón verlo tan irritado me divertía y terminé sonriendo de nuevo
—Vamos, tenemos que irnos
—No tengo por qué obedecerte—me acerqué a él y lo miré a los ojos
—Sé que estas huyendo de alguien que pasó por aquí ayer y que has hecho algo, no sé quién era ni qué es lo que has hecho, pero estoy segura de que si te entrego a la policía te encontrará. No tienes por qué obedecerme, pero yo no tengo por qué aguantarte—me sonrió de forma extraña y se levantó, le devolví la sonrisa—buen chico.
Después de nuestra primera conversación nos fuimos a clase sin dirigirnos una palabra, y allí seguíamos, yo miraba por la ventana y él estaba sentado de cualquier manera en la silla. Así pasaron las seis horas de clase.
Esperé que todos salieran antes de levantarme de la silla, cogí la mochila para ir al comedor, cuando me di cuenta de que Damian se había quedado dormido. Pensé en despertarlo, pero callado no molestaba y yo tampoco tenía hambre, así que lo dejé así. Me senté en una de las mesas y volví a mis pensamientos, incluso dormido Damian tenía cara de malhumorado.
Suspiré y cerré los ojos. Comencé a ver mi antigua casa en mis recuerdos, comencé a acordarme incluso del ambiente que había, tan cálido. Mis padres se querían y mi hermanito nunca molestaba, siempre estaban todos alegres, pero dentro de esa familia feliz había un defecto: yo.
Abrí los ojos de nuevo y bajé la mirada. Era consciente de que había tenido una vida que no merecía, y en un arrebato de lógica de la vida lo había perdido todo, aunque debería haber sido yo la que muriera, seguía aquí. Pero, ¿qué era la vida sino un puñado de acontecimientos sin sentido?
Suspiré, mi mal humor iba en aumento mientras más tiempo sola pasaba, sinceramente, todo esto era ridículo, toda mi familia muerta, yo rodeada de un montón de duendecillos de la felicidad, haciendo de niñera del chico mas irritante que podía haber conocido y aferrándome estúpidamente a una fantasía… Toda mi vida parecía un chiste de mal gusto. Pero no terminaba ahí.
Un sonido a mis espaldas interrumpió mis pensamientos. Britta había dado unos ligeros golpes en la puerta y me miraba desde la entrada. Me acerqué adonde estaba y me fijé que llevaba dos envases y cubiertos en la mano, me los dio sonriendo y miró hacia donde estaba Damian. Aún no manejaba muy bien el lenguaje de señas, pero por lo que sabía me había dicho algo como “después de comer lleva los envases a la cocina”.
—Gracias—intenté sonreír lo mejor que pude, pero sé que solo conseguí hacer una mueca extraña. Ella no pudo evitar reír
Si te preguntas como ríe un mudo, puedo decir que igual que cualquier persona, pero sin sonido, solo escuchas el aire pasar por su boca repetidas veces. Volviendo a los hechos. Britta me dedicó una mirada de disculpa por eso
—No importa, sé que debe ser gracioso—me sonrió una última vez y volvió al pasillo. Antes de empezar a bajar las escaleras se giró hacia mí de nuevo “debes venir a las seis a la planta baja, te esperaremos”. Antes de que pudiera preguntar por qué ya había desaparecido en las escaleras.
Me limité a entrar de nuevo en el salón de clases vacío, me volví a sentar en una mesa cualquiera con los envases en las piernas y los miré un buen rato antes de decidir si comer o no, al final decidí lo primero, no tenía ganas de tener a Semine todo el tiempo otra vez obligándome a comer, ahora que había recuperado algo de peso.
Abrí uno de los envases y cogí un par de cubiertos, cuando iba a empezar a comer sentí un escalofrío en la espalda.
Miré hacia donde estaba Damian, me miraba con la cabeza aún apoyada en la mesa y sus brazos sólo dejaban ver sus ojos
—Vas a dejarme algo ¿no?—le tendí el segundo envase de mala gana. Se levantó y lo cogió mientras me sonreía con burla. Me sacaba de quicio.
Comimos en silencio, uno en cada punta de la habitación, pero aun así era irritante. Damian me miró fijamente durante ese tiempo con esa estúpida sonrisa en su cara y yo miré por la ventana intentando distraerme.
El otoño era algo contradictorio para mí, sobre todo este día. Una ráfaga de viento hizo que algunas hojas marchitas pasaran por la ventana y me invadió un sentimiento melancólico. Una de las hojas cayó al suelo y me levanté a recogerla sin pensarlo demasiado. Al levantarme volví a sentir su mirada clavada en mí, suspiré, molesta.
—¿Qué pasa? ¿Eres de esas personas que acumulan basura?—empezaba a irritarme demasiado. Lo miré sin expresión alguna en la cara
—Métete en tus asuntos—apareció una media sonrisa en su cara y me miró con interés
—Que niñera más rara, ¿no eres tú la que se está metiendo en mis asuntos?—volví a sentarme en la mesa mirándolo fijamente
—No me he metido en tus asuntos, solo hago esto por obligación
—¿Y por qué obedecerlo? ¿Quiénes son ellos para ordenarte nada?— miré hacia otro lado confusa, ¿qué estaba tratando de hacer exactamente?
—Son las personas que me mantuvieron viva…
—¿Y tú querías vivir?—pensé la respuesta, debería estar agradecida ¿no?, pero no me sentía de esa manera… No pude responder nada, el chico rió ante mi silencio—Lo sabía


En la terraza, una mochila abandonada, o tal vez escondida a la sombra de una esquina atrae la atención de María, que había subido a tomar el aire. Se acercó a ella y la abrió, estaba llena de libros y cuadernos, en el fondo descubrió un móvil, le quedaba poca batería. Ya resultaba obvio que la misteriosa mochila no pertenecía a alguien del orfanato, pero sospechaba cómo había llegado allí.
Revisando los bolsillos en busca de una pista de su propietario, finalmente encontró un carnet de estudiante, leyó el nombre varias veces para asegurarse de lo que veía. Una sonrisa llena de nostalgia cruzó su cara mientras veía la foto del carnet.
—Cómo has crecido…—dijo en voz baja, luego cogió la mochila y se la llevó a su despacho.
Si no se equivocaba respecto a la forma en que había llegado la mochila a la terraza, entonces no tardaría en ser reclamada. Sobre su mesa había dos papeles, uno de ellos indicaba el traslado de alguien desde otro orfanato, y el otro era una ficha para el nuevo huésped, el chico de pelo castaño oscuro llamado Damian. Si lograba conseguir suficiente información podría mantenerlo en el orfanato oficialmente. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había pasado algo similar, pero aquello era algo diferente. Deseó suerte a Ever mentalmente y siguió con su trabajo.


Me presenté a las seis a la planta baja tal y como me habían dicho, allí estaban Britta, Semine y Anneka esperando frente a la puerta de lo que parecía un gran gimnasio, todas estaban vestidas con ropa de hacer ejercicio. Me saludaron enérgicamente con la mano mientras sonreían, me limité a levantar la mano, no estaba como para saludos.
—¿Por qué me has seguido hasta aquí? te dije que podías irte adonde te diera la gana—Damian rió a mi espalda
—¿Y no es eso justamente lo que he hecho?—sonreí con ironía
—¿Vas a jugar al perro obediente? No sabía que eras de los que va lamiendo la mano al primero que le ofrece comida—se acercó más a mí
—Si mal no recuerdo eras tú la que me seguía anoche
—¿Quieres que me lo tome como una venganza o algo así?
—¿Crees que lo es?—lo miré molesta, tal como sospechaba tenía esa sonrisa burlona en la cara, quise quitársela de un golpe, pero simplemente respiré hondo y seguí caminando hasta llegar al lado de las demás
—No creo nada, simplemente ve a tu habitación o a donde sea lejos de aquí—finalmente se notó en mi voz que estaba harta de jugar
—Aún no tengo una—se acercó a más a mí y me habló al oído—me quedaré a tu lado todo el día—habló con una voz irritantemente melosa resaltado el “todo el día”, me aparté de él de un salto, conteniéndome de nuevo de quitarle esa sonrisa a golpes, no sabía cuánto aguantaría aquello. Damian se echó a reír mientras lo miraba con rabia.
Me dirigí a las demás, que habían observado la escena en silencio, sin saber a quién reclamar
—¿Cómo que no tiene una?—Anneka me sonrió
—Ahí está el truco, tiene que estar contigo todo el día—apreté los puños al escuchar esa frase de nuevo, por lo que a Damian le dio otro ataque de risa, esta vez la sonrisa de Anneka fue más prudente—si tiene un lugar donde esconderse no tiene sentido, además él también tenía que venir
Finalmente suspiré con resignación, vi a Semine tendiéndome una camiseta y un pantalón para hacer deporte, los cogí de mala gana y entré al gran gimnasio, Damian me siguió, al parecer también le habían dado ropa a él. Me fui a una puerta que parecía llevar a un vestuario, mi irritante seguidor caminó con intención de seguirme incluso hacia el vestidor, le señalé la puerta de enfrente
—Los chicos allí—me miró con inocencia fingida
—¿En serio? Me dijeron que te siguiera todo el tiempo—lo miré con frialdad, pero no dije nada, suspiré y di un portazo sin importarme si le hacía daño, escuché una corta risa y luego se marchó.
Respiré hondo una última vez y comencé a cambiarme, al salir me encontré a Damian apoyado en la pared viendo lo que hacían los demás, sinceramente, preferiría que estuviera todo el tiempo con esa mirada de indiferencia, busqué con la mirada a Semine, Anneka y a Britta y me fui adonde estaban, al pasar a su lado Damian se separó de la pared y volvió a seguirme.
—¿Ahora vas a ignorarme?
—Pues no es mala idea, la verdad…
Llegué junto a las tres chicas, ahora que me fijaba, en aquel lugar había pequeños grupos haciendo cosas distintas. Veía sacos de boxeo, instrumentos de gimnasia, balones, cada grupo ejercitaba algo distinto. Anneka habló
—Como veis aquí hacen un poco de todo, nos enseñan cualquier cosa que nos pueda hacer más dependientes—señaló un grupo de chicos que se pasaban varios balones—ellos están aprendiendo a captar su entorno y comunicarse de distintas maneras para coordinarse con los demás, allí están aquellos que no pueden ver, oír o hablar—señaló otro grupo que caminaba por encima de algunos bancos, colocados con una separación de un paso, pasaban de uno a otro, se agachaban, se sentaban, luego apoyaban la cabeza en el banco y volvían a levantarse—allí están los que no pueden ver, es un ejercicio de equilibrio, pero les ayuda a mantenerse aunque no puedan sentir bien su apoyo—señaló otro grupo que jugaba un partido de baloncesto a un lado, pero todos llevaban silbatos en la boca y de vez en cuando hacían señas con las manos a los demás—puede que los mudos, no hablen, pero pueden soplar, así pueden coordinarse, y hacen ciertas señales para comunicarse con los sordos que están en su equipo—finalmente señaló un saco de boxeo que teníamos al lado—nosotros aprendemos cómo administrar nuestra fuerza para hacerla más eficaz, por ejemplo—esta vez intervino Semine
—Aquí ayudan a los que les falta algún sentido a hacer las cosas de una forma alternativa para que eso no les impida vivir normalmente, y aquellos que tienen todos sus sentidos aprenden a  manejarlos mejor—observé mejor los grupos, todos estaban dirigidos por algún profesor, que supervisaba los ágiles movimientos de los alumnos.
Después de realizar pruebas físicas para averiguar en qué necesitábamos ejercitar, volvimos a nuestras habitaciones. Tuve que acompañar a Damian a la suya antes de volver a la mía. Al entrar cogí un poco de ropa y una toalla y fui a las duchas de la planta baja, había otras chicas duchándose también, me desvestí y puse mis cosas en un banco que había al lado de las duchas. El agua alivió un poco la rabia que me quemaba por dentro, pero no logró eliminarla.
Cerré la pila del agua y me dirigí al banco aun chorreando. Cogí la toalla empecé a secarme, a mi alrededor varias chicas se vestían mientras hablaban despreocupadamente. Recuerdo que al principio me sentía incómoda con aquella falta de intimidad, pero después me di cuenta de que en realidad yo era invisible a todas ellas, así que no tenía sentido ocultarme de nadie. Metí la ropa sucia en una bolsa de tela y salí al pasillo de nuevo aún secando mi pelo con la toalla.
En la misma planta estaban la lavandería y el gimnasio. Semine aún seguía en el gimnasio, así que decidí asomarme antes de ir a la lavandería. Estaba jugando baloncesto con un gesto de profunda concentración, me apoyé en el marco de la puerta y la observé con interés, a diferencia de cómo la veía normalmente, tenía los ojos cerrados, supuse que para centrarse mejor. Anneka también seguía en el gimnasio, pero ya estaba recogiendo el equipo, al verme se acercó a donde estaba y miró a Semine sonriendo con admiración
—Increíble ¿verdad?—dirigí mi vista hacia a Anneka para escuchar lo que decía, me sonrió—¿Sabes cómo lo hace?—negué con la cabeza—Te lo explicaré. Puede jugar baloncesto porque escucha el balón en todo momento, ya que tienes que hacer que rebote en el suelo mientras te mueves, puede saber la posición del balón en todo momento, además por el roce del suelo con el zapato saben la posición de los jugadores a su alrededor.
—Y ¿cómo bloquean un balón?
—Bueno, no pueden verlo, pero tienen cierta intuición para saber desde donde puede venir un balón e intentar pararlo. De todas formas en cada equipo hay también personas que pueden ver y orientan un poco, cada equipo silba de una forma distinta y así indica un pase o una dirección.—miré a Semine un rato más con interés, parecía realmente concentrada en lo que hacía, supuse que tendría también que aislar los sonidos provenientes de aquellos que estaban fuera del partido.—Tengo que seguir recogiendo, hasta mañana
—Hasta mañana—respondí sin mirarla.
Suspiré y fui a la lavandería, era un sitio enorme con un montón de lavaderos para lavar la ropa a mano, al lado de la puerta había una mesa con numerosas barras de jabón unas más gastadas que otras, en la pared había un perchero enorme del que colgaban varias bolsas de tela de otros habitantes del orfanato. Cada bolsa tenía marcado el nombre de su propietario, algunos lo habían bordado, otros lo habían pintado, otros habían usado rotuladores, cada uno elegía como hacerlo. La mía tenía el nombre bordado por Semine, que se había ofrecido a hacerlo el día que empezamos a compartir habitación. Colgué mi bolsa en el perchero y volví a la habitación. Me metí en la cama y me arropé, pero no cerré los ojos, me quedé mirando el movimiento de las cortinas amarillentas, que se mecían suavemente por el viento que entraba por la ventana.

Dirigí la vista hacia el pequeño reloj posado sobre la mesa, pude distinguir las agujas brillar con la luz de la luna: eran las doce. Hacía exactamente un año, mi padre, mi madre y mi hermano viajaban por la autopista cuando ocurrió el accidente que les costó la vida.