Después de lo que ocurrió estuve casi dos meses
viviendo ausente, hacía exactamente lo mismo día tras día. No recordaba
siquiera como había llegado hasta ese lugar,
por qué todos estaban tan felices, o por qué me vigilaban de cerca.
Supongo que es a eso a lo que llaman “estar en shock”.
Más tarde empecé a odiar aquel lugar, todo en él me
daban náuseas, el hecho de que rieran con tanta felicidad era tan irritante que
no podía siquiera mirarlos, y aun así, todos los días a la misma hora acudía al
mismo lugar para ver a los niños jugando, sigo sin saber por qué lo hacía, pero
había algo en aquellas risas y cantos infantiles que me hipnotizaba y me
llenaba de buenos recuerdos, sin embargo aquello sólo era peor, porque hacía
que me odiara más a mí misma.
Un día se acercó a mí una chica y se sentó a mi
lado, pero no me miró, se quedó allí dirigiendo la mirada hacia los niños igual
que yo, no le presté atención, no me interesaba hablar con nadie, sin embargo,
ella no pareció darse cuenta de ello
—¿Cuánto tiempo piensas seguir torturándote así?—me
giré hacia la chica
—¿Qué?—siguió sin mirarme
—¿Qué consigues haciendo esto día tras día?—seguí
mirándola, pero no respondí aquella pregunta, estaba algo confundida, hacía
mucho que no hablaba con nadie pero
sabía muy bien que esa forma de empezar una conversación no era normal
—¿Dónde quedó eso de las presentaciones y los
saludos?—me miró extrañada
—¿No te enteraste? Las normas de cortesía oficiales
fueron cambiadas, ahora no hace falta nada de eso, debemos ir al grano, ya que
aburrir al oyente sería de mala educación—¿normas oficiales de corte…? Me está
tomando el pelo…
—¿Eh?
—Bueno, supongo que como has estado ausente tanto
tiempo no te habrás enterado…—una sonrisa empezó a cruzar su cara, me sacaba de
quicio. Me levanté del suelo para irme—Esta bien, espera, no te vayas—la chica
dio manotazos al aire hasta que logró cogerme el brazo, la miré sin saber qué
pensar, sobre todo porque no había movido el brazo, por lo que podía cogerlo
perfectamente. Le hablé irritada
—¿Qué tienes? ¿Acaso estás ciega?—me soltó el brazo,
levantó la vista, retiró el flequillo que le cubría parte de los ojos y me
sonrió mientras contestaba con sencillez
—Sí—dejé de resistirme y me giré hacia ella de
nuevo, sus ojos eran de un color gris claro y no tenían pupila. Dejó caer el
flequillo sobre sus ojos de nuevo y dio unas palmaditas en el suelo que había a
su lado, me senté de nuevo junto a la chica y esta se giró hacia los niños otra
vez, me sentía culpable por mi falta de delicadeza e incómoda con aquella
situación, rió al darse cuenta de esto—no te sientas mal por ello, no hace
falta ser delicado con eso, son cosas que pasan.—suspiró y habló en un tono más
serio—Estamos en un orfanato, uno de los ejemplos más claros de la intolerancia
que inculca la sociedad en las personas, si miras a tu alrededor, puedes darte
cuenta.
Miré aquel espacio y caí en lo que quería decirme, ella no era la
única, pude ver a otros niños que también eran ciegos, otros que hablaban en
lenguaje de signos, algunos con síndrome de Down…
La chica volvió a hablar fingiendo un tono de
profesionalidad
—Muy bien, según la norma de cortesía antes citada
de no aburrir al interlocutor, debo dejar de hablar de temas serios.—habló más
alegremente— Soy Semine[1] por cierto, encantada—por un momento me olvidé
de mi rabia y dejé escapar una pequeña sonrisa al escuchar su broma, ella me
hacía sentir bien de alguna manera, incluso me atrevería a decir que… me
agradaba en cierto modo.
Y así, fue como empezó mi vida de nuevo, en algún
lugar de Europa, lejos de mi antiguo hogar…
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