lunes, 16 de septiembre de 2013

Capítulo 7: La hermana desaparecida


 Me senté en el suelo junto a las demás y charlamos un rato, me sentía extrañamente relajada en su compañía, quizás el cansancio mental que tenía era a causa de la frustración inspirada por enfrentarme al mundo de nuevo, pero sentía que me había quitado un peso de encima con mi visita.
—Corrígeme si me equivoco, pero esa sonrisa estaba relacionada con Damian ¿no?—Anneka me sacó de mis pensamientos, me miraba sonriendo con interés
—¿Por qué lo dices?—pensó su respuesta un momento
—Bueno… Es que cuando estás con él eres diferente, me refiero a que pareces más honesta—la miré extrañada, no recordaba haber sido honesta con él en ningún momento a excepción de la visita al cementerio. Semine aclaró.
—Se refiere a tus emociones, normalmente escondes lo que estas sintiendo, pero con él muestras tu enfado y tu tristeza—no pude negar que fuera cierto, pero no era por el motivo que estaban insinuando.
—Eso es porque es idiota—dije refunfuñando. No pudieron evitar reír al verme la cara.
Gradualmente las risas pararon y las tres guardaron silencio con una cara pensativa, Anneka volvió a hablar.
—La verdad, es que te estábamos esperando—la miré algo extrañada
—¿A mí? ¿Por qué?
—¿Recuerdas lo que pasó hace unos días con mi hermana?—la verdad es que lo había olvidado por completo, pero asentí. Anneka me sonrió, pero su alegría se mostró algo débil—me sentía mal por dejarte un poco de lado, así que creo que debería contarte un poco. No le respondí, me limité a escuchar su historia en silencio
>>Yo vivía en las afueras, en una casa pequeña y ruinosa, mi madre nos cuidaba a mí y a mi hermana, que era tan solo un bebé, mi padre era un borracho y maltrataba a mi madre a menudo, cuando él llegaba yo corría a esconderme y escuchaba como le gritaba a mi madre.
Un día cuando regresó, yo fui al cuarto donde estaba mi hermana, mi madre la había dejado en el suelo sobre una pequeña alfombra, ese día recuerdo los gritos peor de lo habitual, me asusté y vi la ventana abierta. Aunque tenía solo 4 años, ideé rápidamente una forma de salir de allí, supongo que sería el miedo, escuché como se acercaba a la habitación, así que le puse el pestillo a la puerta y puse delante todo lo que pude mover, oía a mi madre gritando a mi padre para que no se acercara a la habitación.
 Tiré hacia afuera todas las almohadas y mantas que encontré para sacar a mi hermana de allí, luego me colgué una mochila en la espalda y puse a mi hermana sobre una sábana, la cerré como un saco y con cuidado la bajé por la ventana, ella empezó a llorar y yo salí por la ventana, afortunadamente nuestra casa era muy baja para que pudiera lastimarme, metí una de las mantas en la mochila, levanté a mi hermana y caminé hacia mi triciclo lo más rápido que pude, puse a mi hermana en la cesta y me subí. Cuando empecé a pedalear escuché a mi padre gritarme, me había descubierto. Empecé a pedalear hacia la carretera, mi madre me gritó que me fuera, que pedaleara más rápido, escuché como intentaba retener a mi padre para que no nos alcanzara, pero no era capaz de mirar hacia atrás.
 De repente un grito desgarrador  me hizo pedalear aún más fuerte.  Cuando llegué a la cuidad el triciclo no aguantó mucho más, cogí a mi hermana de la cesta y la arropé con la manta de mi mochila, estaba cansada, no daba para más, pero seguí caminando, sentía que si paraba mi padre nos encontraría, así que seguí, empezó a llover y por fin paré en una parada de autobús que tenía techo, allí me acurruqué abrazando a mi hermana. Por allí pasó María y nos acogió. Poco después mi padre fue juzgado y condenado a la cárcel por maltrato y asesinato.

Me quedé totalmente en blanco al oír su historia. Miraba al suelo mientras sus palabras resonaban en mi cabeza e imaginaba su desesperación. La habitación estaba en silencio, levanté la vista y me encontré con una sonrisa algo triste de Anneka.
—A partir de ese momento decidí cuidar de mi hermana, y prometí darle una vida mejor, con un hogar cálido y feliz.—suspiró y bajó la mirada—Sin embargo eso pronto se volvió una obsesión y fui demasiado sobreprotectora con ella. Karen era una niña adorable, por lo que varias parejas se interesaron en ella durante el tiempo que estuvo aquí, sin embargo yo no permití que se la llevara cualquiera. Siempre me aseguraba de hablar con las parejas y asegurarme de que le ofrecerían una vida feliz, si no me convencían no permitía que se la llevaran.—levantó la cabeza y sonrió al vacío recordando su pasado—Ella no tardó en descubrirlo, se enfadó mucho cuando supo de que la razón de que ninguno se la hubiera llevado era yo. Por ese entonces ella estaba algo molesta porque me había vuelto muy cercana a Britta y la había dejado un poco de lado. Tuvimos una pelea, ella me gritó y dijo que la dejara en paz, que no quería verme más—rió—aunque no me tomé muy en serio las palabras de una niña de cuatro años. Ese día había tenido una entrevista con una pareja, con la cual fui a hablar después, pero Karen me vió y quiso escuchar la conversación. Fue ahí cuando nuestra relación se rompió. Vi su partida relativamente tranquila, porque sus nuevos padres me parecían perfectos para ella y habían prometido darle una vida feliz, además me dijeron que podía visitarla cuando quisiera.—suspiró de nuevo—Ese año fui a visitarla en navidad, pero no quiso dirigirme la palabra, ni siquiera me miró. Intenté ir varias veces más, pero se encerraba en su cuarto y no había forma de sacarla. Terminé rindiéndome, decidí esperar a que ella quisiera buscarme, pero hasta ahora eso no ha sucedido.—me sonrió de nuevo para suavisar la situación—Ella ahora tiene once años, y se la llevaron cuando tenía cuatro.
La escuché atentamente hasta el final, pero seguía sin saber cuál era el punto de contarme todo eso.
—Yo… lo siento mucho, no tenía ni idea—Anneka rió esta vez con la vitalidad de siempre
—No importa, algún día reconquistaré a mi hermanita—luego me miró algo más seria—la verdad es que quería pedirte un favor, pero antes tenías que saber todo esto.—la miré fijamente y escuché su petición—Quiero que investigues a Damian—me sentí algo confundida.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Verás. Él llegó aquí poco después de que Karen llegara por fin a casa con claros signos de haber sido secuestrada, además se está escondiendo por alguna razón, lo que quiere decir que hizo algo malo. No me parece una coincidencia, creo que Damian tiene algo que ver con este incidente.—pensé sus palabras, su teoría tenía cierto sentido.
—¿Entonces me pide que averigüe si tuvo algo que ver?—asintió
—No tienes que interrogarlo, sólo decirme cualquier cosa que te parezca sospechosa—en ese momento recordé la mochila, claramente era de una chica, y por lo que decía la nota la había dejado en algún lugar donde podría haberla puesto en peligro. Experimenté un dilema al no saber si contarle lo de la mochila o no, me parecía sospechoso, pero si él la había secuestrado me parecía contradictorio que la ayudara.—¿No se te ocurre nada?
—La verdad es que no habla mucho…
—Ya veo… entonces habrá que esperar—me sonrió una última vez y se despidió diciendo que era muy tarde. Britta también se levantó y se despidió con la mano antes de cerrar la puerta.
Una vez que Semine y yo nos fuimos a la cama y la habitación quedó a oscuras intenté cerrar los ojos para descansar un poco, pero tenía mucho que pensar, y seguramente tendría que atender un asunto esa noche. Después de un rato escuché la voz de Semine
—¿Te hemos quitado el sueño?—me sorprendí de que me descubriera, ya que no me había movido
—Lo siento, ¿estoy haciendo ruido?—bostezó
—En realidad no, es solo que tu respiración es diferente cuando estás metida en tus pensamientos
—¿En serio? ¿Pero cómo es posible que puedas notarlo?—escuché a Semine incorporarse en la cama y vi sus pies colgando desde la cama de arriba
—Porque duermo en la misma habitación que tú todas las noches y se cuando estas durmiendo y cuando no.—tenía sentido tomando en cuenta el oído tan agudo que tenía, pero me sentí espiada en aquel momento—Bueno, pero ya que estamos, cuéntame que es lo que te inquieta
—No es que me inquiete… Simplemente estaba pensando en el contraste que hay entre la personalidad de Anneka y lo que ha vivido—no era del todo cierto, pero no podía contarle sobre la mochila.
—La verdad es que lo único que le importaba era proteger a su hermana de cualquier cosa que pudiera hacerla infeliz, nunca le contó sobre sus padres, sobre el juicio o sobre cómo llegaron al orfanato. Aunque preguntó ella siempre respondió con evasivas, eso ayudó a que su relación terminara así.
—Pero solo fue una pelea de niños ¿no? ¿Por qué no lo sigue intentando? ¿No pensará que Anneka se ha rendido?
—Bueno, siguió visitándola hasta que ella cumplió seis años, luego la llamaba por teléfono, pero nunca quería contestar, aún así Anneka se comunica con sus padres a menudo para preguntar cómo está, fue así como se enteró de su desaparición—Semine balanceaba sus pies desde arriba y hablaba dulcemente, por alguna razón eso me ayudaba a reflexionar, hacía que me sumergiera en sus palabras.
—¿Cómo fue juzgado el padre de Anneka?
—Primero María fue a hacer la denuncia, encontraron el cuerpo de la madre de Anneka y le preguntaron sobre la vida que había tenido con sus padres, además también investigaron por su cuenta, con todo eso lograron ir a juicio y su padre fue condenado a treinta años en prisión por maltatar y luego asesinar a su madre. Luego se decidió que Anneka y su hermana se quedaran en el orfanato, ya que no tenían conocimiento de ningún familiar que pudiera responsabilizarse por ellas—en ese momento recordé que María había mencionado que debía demostrar la necesidad de Damian de estar en el orfanato, así que lo que quería era presentar una denuncia, justo como esa vez…
—Dime, Anneka y su hermana, ¿se parecen mucho?—Semine rió
—Pues… no sabría decirte—me sentí algo estúpida al preguntar
—Lo siento, a veces se me olvida—volvió a reír
—No importa, de todas formas, en cuanto a personalidad—se calló de repente y sus pies dejaron de balancearse
—¿Qué ocurre?—me mandó a callar
—Shh…—me incorporé en la cama lentamente—¿Lo escuchas?—dijo en un susurro. Presté más atención y pude distinguir pasos en las escaleras, cada vez más cerca—eso era lo que había estado esperando, no pude evitar que una sonrisa cruzara mi cara
—Te cacé—dije para mí misma. Semine pareció confundida
—¿A qué te refieres?—preguntó aún susurrando. Volví a sonreír intentando aguantar la risa
—No sé si bendecir o maldecir ese maravilloso oído tuyo, Semine—luego me levanté de la cama intentando que rechinara lo menos posible y sonreí a su cara de confusión antes de salir corriendo.
—¿Eh…?
Salí al pasillo y me paré justo antes de empezar la escalera de bajada, me asomé hacia abajo y vi su cabeza, me llevaba dos escaleras ventaja. Bajé los escalones rápidamente pero sin hacer ruido, de modo que ahora sólo me llevaba una escalera de ventaja, de vez en cuando se paraba y miraba hacia atrás, pero la distancia entre los dos y la oscuridad me permitía esconderme y no ser descubierta, finalmente llegamos a la planta baja, solo me faltaba bajar la escalera corta que conectaba la planta baja con la entrada. Esperé a que llegara a la puerta y entonces salté hasta el comienzo de esa última escalera, lo cual hizo que se girara bruscamente.
—Ah, ¿así que solo eras tú?—pareció relajarse y se giró hacia la puerta de nuevo, intentando abrirla. Lo señalé enérgicamente y fingí estar enfadada
—¡Silencio escoria! he venido a retenerte por tus crímenes—se giró de nuevo y me miró de arriba abajo
—¿Pero qué estás diciendo? ¿Acaso eres sonámbula?—reí y relajé mi postura. Damian siguió intentando abrir la puerta
—Tal vez, pero ahora no—luego bajé hacia donde estaba—está cerrada, no podrás abrirla.
—¿Entonces para qué has venido si no podría salir?—reí de nuevo
—Para hacerte una emboscada—se detuvo y luego se giró mirándome extrañado
—¿Pero qué te han hecho? ¿Los pitufos te han dado de su droga?—intenté no hacer ruido al reír y me encorvé conteniendo mis carcajadas, no podía negar haber utilizado ese nombre en mis pensamientos para referirme a los niños del orfanato.
—No han sido ellos… De todas formas, ¿por qué sigues aquí si sabes que está cerrada?—levantó una de sus manos y me mostró algunas herramientas
—Porque puedo abrirla—no pude esconder mi sorpresa
—¿De verdad? ¡Quiero ver!—me miró como si estuviera loca de nuevo y suspiró con resignación antes de volver a su labor. Después de un momento se escuchó un ruido de la cerradura y Damian pudo abrir la puerta, luego me la señaló con la mano.
—¿Contenta?—sonreí aplaudiendo silenciosamente
—Sí, ¿y ahora qué?—me miró por un momento
—Ahora me voy—me dio la espalda y levantó una mochila negra del suelo que no había visto antes para colgársela en el hombro. Cambié mi expresión, esta era la razón por la que había venido. Cerré de nuevo dando un portazo.
—Esa si es tu cara, me estabas asustando—dijo riendo mientras me miraba.
—¿Adónde se supone que vas?
—¿Tengo que decírtelo?
—Está bien, ¿por qué te vas? En primer lugar, ¿no se supone que te quedaste aquí porque estabas a salvo? ¿Qué sentido tiene que te vayas?—esa sonrisa que tanto me molestaba volvía a estar en su cara
—¿Te estás preocupando por mí?
—No me gusta hacer un trabajo mediocre—rió
—Me gustas más cuando eres difícil de tratar, es más divertido—suspiré e intenté sonar más cercana, algo me decía que el asunto era mucho más grave de lo que supuse al principio.
—¿De quién estás huyendo?—desvió la mirada hacia el suelo frunciendo el ceño. Después de un corto silencio decidió responder.
—Mi padre…

Un escalofrío pareció recorrer su cuerpo cuando lo mencionó. Fue entonces cuando empecé a comprender al chico que tenía delante, y también pude darme cuenta de la manera en la que el pasado puede pesar sobre nuestra espalda.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo 6:Recuerdos


 El cielo pronto se volvió oscuro y llegó la noche. Hacía un rato que había colgado aquella llamada y la lluvia golpeaba mi cabeza, pero no importaba, ya nada era importante ahora.
Caminaba por las calles sin dirección, sin saber qué hacer. Notaba las miradas de la gente por ir sin un paraguas, ni siquiera una capucha, pero no tenía fuerzas para ponérmela. Sin saber cómo, me encontré frente a un semáforo, esperando a cruzar la calle junto con una multitud de gente, al otro lado veía brillar en rojo el semáforo peatonal con la figura de un hombre de pie y debajo unos números amarillos hacían una cuenta regresiva. Fue entonces que me di cuenta de que no tenía porque soportarlo, los coches pasaban rápidamente justo a frente a mí, estaba a un paso de escapar, y tenía aún cuarenta segundos para tomar una decisión.
No tenía sentido quedarme aquí, y nadie se percataría ahora de mi ausencia. Sólo un paso, sólo tenía que dar un paso y todo habría terminado. Miré la calle y vi un coche que venía rápidamente en mi dirección. Respiré hondo y caminé hacia delante, la luminosidad del rojo del semáforo y los faros del coche hacían que me dolieran los ojos, pero sólo duraría unos instantes, sólo un golpe y mi conciencia se perdería para siempre.
El coche estaba a pocos centímetros de mí, cerré los ojos dispuesta a recibirlo, pero justo en ese momento sentí una mano en el hombro que me tiró hacia atrás y me obligó a retroceder. Miré hacia el que lo había hecho. El dueño de aquella mano me miró molesto por un segundo y volvió su vista al frente.
Menos de un segundo después la luz roja pasó a ser verde y empezaron a escucharse pitidos provenientes del semáforo. Miré fijamente al coche hasta que lo perdí de vista, mi oportunidad se había ido. Ahora sólo podía caminar junto a aquella masa de gente sin nombre.


Abrí los ojos y me incorporé de la cama con la calma que te proporciona una tristeza profunda. Semine seguiría durmiendo por unos minutos más, me acerqué a la ventana y observé el exterior, mis pensamientos estaban dirigidos a aquel chico que me salvó hacía ya un año. De entre todas las personas que me rodeaban en ese momento, aquel chico de mirada obstinada, con el rostro parcialmente escondido bajo un paraguas negro, fue el único que se percató de mi presencia.
Miré hacia donde Semine dormía plácidamente y una sonrisa triste apareció en mi rostro. Mis sentimientos no eran distintos a los de ese momento, me habían salvado, pero no podía estar agradecida por ello. ¿Realmente valía la pena salvarle la vida a alguien que no quería vivir?
El reloj encima de la mesa empezó a sonar indicando que era hora de levantarse, presioné el botón que había sobre él y se hizo el silencio de nuevo. Semine respiró hondo y abrió ligeramente los ojos mientras se estiraba. La observé apoyada en la pared, aún me preguntaba por qué lo hacía.
—Buenos días—me dijo con los ojos ya totalmente abiertos y con una sonrisa.
—¿Por qué lo haces?—pregunté sin dejar de mirarla, ladeó la cabeza ligeramente sentada en su cama.
—¿Qué cosa?
—Abrir los ojos, no te da ninguna ventaja ¿o sí?—bajó la mirada sonriendo con cierta nostalgia.
—Es una historia algo complicada…—por supuesto eso no me resolvió ninguna duda, pero decidí no presionar. Bajó de la cama y me sonrió como solía hacerlo— Hoy es un día especial ¿no?
Miré el calendario colgado en la pared, alguien había marcado el día de hoy, dos de octubre con un círculo.
—Depende de lo que quieras recordar…—pretendió no darse cuenta de mi estado de ánimo y rió
—Obviamente quiero recordar los momentos felices.—me separé de la pared y ambas nos cambiamos de ropa. Terminé antes que ella y me dirigí a la puerta para salir, Semine habló justo después de que la abriera—La habitación de Damian es la que está arriba—suspiré—aunque finjas que se te olvida, me asegurare de que cumplas con tu trabajo—sonrió—porque mi trabajo es ese—la miré algo confundida y repetí sus palabras para asegurarme de que había escuchado bien
—Así que…Tu trabajo es asegurarte de que yo hago mi trabajo
—Exacto
—¿No es eso un poco…?—suspiré de nuevo—No importa—terminé de abrir la puerta y salí, escuché a Semine gritar a mis espaldas antes de cerrar la puerta
—¡La habitación de arriba!
Subí las escaleras con intención de cumplir mi "deber", sin embargo a mitad de camino el deber se cruzó conmigo y puso cara de malhumorado al verme.
—¿También vienes a recogerme por la mañana?—le respondí sin emoción alguna en la voz
—Es inútil preguntar cosas que puedes deducir tú mismo—me miró algo extrañado, me di la vuelta y empecé a bajar las escaleras—Vamos.
Llegamos al comedor y nos pusimos en la cola. Mis pensamientos giraban en torno a la última tarde que pase con mi familia, no había sido muy buena, pero supongo que en los recuerdos cada pequeño momento se vuelve un tesoro cuando sabes que no podrá repetirse. Habíamos tenido una pelea, yo la había iniciado, ya no recuerdo por qué estaba molesta, le gritaba a mis padres, ellos respondían molestos pero intentando que yo entrara en razón, al final cogí mis llaves y salí corriendo de la casa echa una furia. Caminé hasta llegar a un pequeño parque y me senté en un columpio, era tarde, por lo que ya no había niños jugando. Luego incluso usé unas pocas monedas que había en mis bolsillos para coger un autobús y llegué al centro de la cuidad. Cuando sentí que quería volver me senté en una plaza, exhausta, fue entonces que mi móvil empezó a vibrar en mi bolsillo, indicando el comienzo del desastre.
Sentí que alguien me estaba mirando y levanté la vista, Damian me observaba con curiosidad, le devolví una mirada fría, y nos quedamos así unos instantes, su expresión era cada vez más extraña, sabía que me pasaba algo, pero no se atrevía a preguntar. Volví la mirada al frente, sin interés.
Finalmente llegamos a servirnos el desayuno y fuimos a una mesa que seguía libre. No intercambiamos ni una palabra, y durante las seis horas de clases ocurrió lo mismo. Entre los cambios de clase varias personas se habían acercado a preguntar qué me pasaba, pero respondía con un simple "nada" y volvían a su sitio, con cada persona que pasaba Damian se irritaba más, pero no se quejó ni una vez. Al salir de la última clase pareció acordarse de algo importante.
—Necesito ir a un sitio—suspiré
—Vamos entonces—subimos las escaleras y llegamos a la azotea, no entendí por qué sería tan importante ir allí, donde no había nada. Al abrir la puerta se dirigió a un rincón en el que nadie se le hubiera ocurrido mirar y se paró en seco frente a él, luego dirigió la vista hacia el resto de la azotea. Respiré hondo para sacar la voz de nuevo a través del nudo de mi garganta
—¿Qué buscas?—miró otra vez al rincón algo confundido
—Cuando llegué la dejé aquí…—me resultaba extraño verlo preocupado por algo
—Tal vez uno de ellos se lo llevó al verlo extraviado, lo que sea que hayas dejado allí—mi voz cada vez se volvía más ronca al hablar y se iba desvaneciendo en el aire. Damian fue al lado opuesto del rincón y se dejó caer al suelo dando un golpe en la valla con su espalda, estaba de malhumor por haber tenido a toda esa gente rondando nuestro sitio todo el día, pero también se veía abatido, habría perdido algo importante—Ojalá estuvieras así todo el tiempo…—dije pensando en voz alta mientras miraba el cielo, las nubes se deslizaban suavemente sobre el azul y se juntaban estimulando la imaginación a formar figuras. Aquel chico malhumorado fijó por primera vez sus oscuros ojos en mí sin intención de despertar mi rabia
—¿Qué te pasa hoy?—sonreí con tristeza y giré mi cabeza hacia él
—¿Quieres saberlo? Hoy se cumple un año desde que me convertí en una asesina…—su expresión no cambió en absoluto
—Ah… ¿Tan malo es?—me pregunté qué clase de vida había llevado para decirlo tan tranquilo
—Lo que buscas… puede estar en la caja de objetos perdidos—subió la cabeza con interés y se levantó de un salto
—¿Dónde es eso?—lo miré un poco extrañada con el cambio repentino
—En la oficina de la directora—se desanimó un poco al oírlo, eso sí podía entenderlo.
Fuimos al despacho de María y tocamos la puerta, al entrar nos recibió con una sonrisa y retiró las gafas de su nariz para ponerlas sobre el escritorio
—¡Ah! Sabía que vendrías—dijo dirigiéndose a Damian.
—¿Entonces sí lo tiene?—María rió.
—Sí, esta justo aquí—puso una mochila morada decorada con llaveros en un lado libre del escritorio. Miré alternativamente la mochila y el chico que tenía al lado
—¿Era eso?—dije enarcando una ceja.
—¡No es mío!—se defendió al instante.
—Ah, ya…— dije aún mirándolo extrañada. María rió a carcajadas con la escena y defendió las palabras de mi compañero.
—Es cierto que no es suya, sólo la trajo aquí.— señaló las sillas frente al escritorio. Se dirigió a Damian.—Sé que quieres solucionar esto rápido, no tengo problema.—Lo miró algo más seria— Esa chica estuvo aquí hace mucho tiempo, pero eso ya lo has descubierto tú solo ¿verdad?—el chico frunció el ceño y bajó la vista dándole la razón. El tono de María se volvió más maternal—Damian, puedo mantenerte aquí, pero tienes que contarme tu situación, tengo que demostrar que necesitas estar en este sitio, pero si no me dices no puedo hacer nada, ¿lo entiendes no?—lo observé con atención, por su expresión cuando María dijo su nombre, y por la forma en que siguió mirando el suelo pude entender que no estaba muy acostumbrado a recibir palabras amables. María suspiró y miró un reloj colgado en la pared—ya hablaremos más tarde, por ahora soluciona esto.
Ambos nos levantamos de la silla para salir, Damian aún tenía una expresión mezcla de culpa y tristeza. Fui a la puerta con un Damian pensativo caminando detrás. Me disponía a girar el pomo para abrirla cuando María habló de nuevo con un tono alegre
—¡Ah! Feliz cumpleaños, por cierto—dijo con una sonrisa en su cara, las gafas habían vuelto a su nariz

—Gracias…
—Gracias…—ambos nos miramos a la cara. María soltó una carcajada
—Lo decís hasta de la misma forma, parecéis gemelos de verdad—a ninguno de los dos nos gustó mucho la idea, él no me despertaba mucha empatía, y al parecer era recíproco. Rió una última vez y nos dejó salir de su despacho. Ambos dimos un bufido al mismo tiempo y nos miramos de nuevo esta vez con una mezcla de asco y confusión, me molestaba, pero me di cuenta de que no lo hacía a propósito. Respiré hondo y caminé hacia la salida.
—Necesito una caja—Damian se limitaba a decir las palabras justas, lo cual agradecía, ya que apenas tenía fuerzas para murmurar una respuestas
—Vamos entonces…—repetí. Bajamos las escaleras hasta llegar a la planta baja y fuimos al almacén. Allí había un montón de cosas amontonadas, algunas necesitaban reparación, otras estaban muy viejas para usarse. A un lado había un montón de cajas de todos los tamaños apiladas que solían guardarse para el uso de cualquiera. Le señalé las cajas—elige una—me miró y fue a mirarlas, escogió una en la que cabía la mochila y la cerró.
—Ya—dijo poniendo la caja debajo del brazo, cada vez parecía más nervioso, me pregunté que le pasaría para ponerse así.
Saliendo del almacén nos encontramos a Britta y Anneka entrando al gimnasio, Anneka me saludó con la mano y luego nos miró extrañada.
—¿Hoy no venís?—luego miró la caja que tenía bajo el brazo—¿Qué es eso?—Damian la ignoró completamente
—Ah, no podemos hoy. Hasta luego— Damian caminó hacia adelante más rápido que antes y yo lo seguí. Pronto llegamos hasta la puerta principal, no había nadie vigilando la salida, así que simplemente abrí la puerta y salimos fuera, respiré el aire exterior y me di cuenta de que era la primera vez que pisaba la calle en un año.
—¿Dónde hay una oficina de correos?—me encogí de hombros, no tenía la más mínima idea
—Podrías haber preguntado antes…—propuse caminar por la misma calle hasta encontrar una o simplemente preguntar a alguien. Por el camino nos detuvimos a comprar algunos sellos postales, al parecer Damian tenía dinero, de origen desconocido para mí.
Desde que habíamos salido había visto dos cosas que me habían chocado, Damian hacía que yo hablara con la gente por él y me daba dinero para comprar las cosas, mientras él se iba a un lugar apartado e intentaba esconder su cara disimuladamente, supuse que estaría metido en un buen problema si se veía obligado a ser tan escurridizo.
La segunda cosa, quizás lo que despertó cierto sentimiento de frustración, fueron las personas con las que me cruzaba. Me había acostumbrado al orfanato, a la alegría de sus habitantes y a su mirada de felicidad, pero aquí fuera era distinto. Muchos tenían una mirada de cansancio, indiferencia y conformidad, su tono de voz era mucho más monótono, y fingir un estado de ánimo que no tenías era lo que casi todos hacían. No podía parar de pensar qué podría haber pasado para que hubiera este ambiente, pero después lo recordé, no había cambiado nada, yo había olvidado cómo era realmente, dentro de la burbuja del orfanato. No pude evitar preguntarme si realmente estaba bien ser tan feliz y luego encontrarse con esto.
Finalmente llegamos hasta una oficina de correo. Cogimos un número y nos sentamos a esperar nuestro turno. Damian sacó del bolsillo de la chaqueta un trozo de papel y un bolígrafo y escribió una nota que después metió en la caja, luego me pidió la etiqueta que me había pedido comprar en la papelería y la pegó en la caja después de anotar algunos datos. Esta vez cuando llegó nuestro turno él se encargó de hablar en la taquilla mientras yo lo esperaba sentada. Me extrañó que no hubiera ningún nombre, la etiqueta ponía una dirección y un código postal y la nota sólo decía "Cuida mejor de tus cosas, te delatan".
Al salir de la oficina de correos caminamos en dirección al orfanato, de vuelta a la burbuja de felicidad. Nos topamos con un paso peatonal y paramos a esperar que el semáforo cambiara a verde, perdida en mis pensamientos, dirigí la mirada hacia el nombre de la calle y el corazón me dio un vuelco.
—¿Te importa… si vamos a otro sitio antes de regresar?— dije mirando hacia la derecha la calle perpendicular a la que estábamos.
Damian me siguió, por esa calle y nos fuimos alejando de las casas, hasta llegar a un camino de tierra amarillenta, más adelante se podían ver cipreses detrás de un muro blanco. Llegamos hasta una gran reja, seguía abierta.
Todo este tiempo había sabido dónde estaban enterrados, pero no había ido desde el entierro, Damian me miraba algo incómodo.
—Sé que no es un lugar muy agradable, pero tenía que venir.
Caminamos hasta encontrar los nombres que buscaba, no pude evitar que se formara un nudo en mi garganta, se me revolvió el estómago y las piernas me fallaban, por lo que caí al suelo de rodillas al borde del llanto. Respiré hondo para intentar controlarme y pasé una mano por la tumba cubierta de hojas.
—Lo siento…—susurré a duras penas. Hasta ese momento no sabía verdaderamente cuánto los echaba de menos. Intenté tragarme el nudo que apresaba mi garganta y me levanté nuevamente, Damian me miraba sin saber qué hacer, le hablé aún mirando hacia abajo—Me preguntaste qué pasaba—señalé con la mano el lugar donde yacían los restos de mi familia—supongo que ya has visto la fecha, pero hace un año que están allí, la vida me dio un bonito regalo de cumpleaños, el último, justo al empezar el día, a las doce…—Miré a Damian de reojo y me sorprendió su expresión, estaba paralizado mirando la fecha
—¿Qué pasó?—me agaché de nuevo y retiré algunas hojas de la tumba
—Un accidente… Un camionero conducía en sentido contrario y mi padre iba hablando por teléfono… Conmigo…—no pude evitar sonreír con cierta ironía al recordar ese momento—no recuerdo ni por qué discutíamos, pero en medio de un frase se cortó la llamada…Pensé que me había colgado, pero la llamada que llegó después no era suya…—El rostro de Damian mostraba un montón de sentimientos a la vez, en aquel momento lo confundí con lástima, pero aquello era algo más, mucho más complejo.
—¿Un… camionero borracho… en la autopista…?—me levanté de nuevo y lo miré a la cara, no se veía muy bien, miraba fijamente la tumba.
—Sí, eso fue lo que me dijeron… Pero no mencioné la autopista, ni que estaba borracho—dije con un ligero tono de acusación, él sabía algo, ignoró la segunda parte y me miró
—¿Lo que te… dijeron? ¿No lo viste por ti misma?—reí con desprecio
—¿Por qué iba a querer ver a un pobre desgraciado tan drogado que ni siquiera recordaba lo que había hecho?—miró hacia abajo, se veía mal, por lo que decidí volver al orfanato, tiré de la manga de Damian y lo arrastré hacia la salida porque no parecía reaccionar, levantó ligeramente la cabeza hacia mí, lo miré por encima del hombro—No tiene sentido que sigamos hablando de esto.
—Lo siento mucho, yo…—apenas alcancé a oír sus palabras
—¿Qué?—volvió a bajar la cabeza
—Nada…
Durante el camino de vuelta mantuvo la cabeza agachada, perdido en sus pensamientos, sin decir una palabra, siendo arrastrado por mí, que aún sujetaba la manga de su chaqueta. Pensé en soltarlo varias veces, pero parecía estar sufriendo, por lo que lo llevé hasta llegar a la puerta del orfanato. Tal como lo recordaba, el ambiente dentro era totalmente distinto, no había ruidos, pero el silencio, interrumpido por alguna risa de los niños, era pacífico, no penetrante. Respiré, en cierto modo aliviada, por alguna razón sentía como si me hubieran quitado un gran peso de encima, Damian seguía igual, le solté la manga y me puse delante de él, levantó ligeramente la cabeza.
—¿He interrumpido un pensamiento eh?—me miró más relajado, algo de su frialdad había vuelto a su rostro
—Hasta mañana—dijo, como si me estuviera evitando y caminó hacia las escaleras
—Pero si todavía es—cuando me giré ya se había ido—temprano…—no pude evitar sonreír ligeramente.
Fui también a mi habitación, la verdad es que estaba cansada, allí me topé con Semine, Anneka y Britta sentadas en el suelo en círculo, acababan de ducharse, por lo que tenían el cabello húmedo. Al entrar Anneka y Britta me miraron algo extrañadas.
—Estás… ¿Sonriendo? Tal vez son alucinaciones mías…—Semine levantó la cabeza al escuchar a Anneka
—¿En serio?—no pude evitar reír
—Ni que fuera la primera vez…—Las tres me miraron con interés
—Bueno, es que esta vez es… de verdad—esta vez interrumpió Semine
—¿Qué ha pasado?—desvié la mirada
—Supongo que he descubierto algo bastante interesante…
Estaba cansada de vivir, pero decidí quedarme… sólo un poco más. Había encontrado algo con lo que entretenerme por un tiempo. 

viernes, 19 de julio de 2013

Capítulo 4: Demonios internos

De pronto no sabia dónde estaba, pero hacía mucho frío. Al levantar la cabeza me encontré en un gran bosque blanco arrodillada en medio de un camino de tierra.
Me levanté lentamente y escuché una risa a mis espaldas. Una figura encogida debajo de una capa se dirigió a mí
—¿Qué ocurre? ¿Estás perdida? ¿Quieres que busquemos a tus padres?— soltó otra vez una risa aguda un tanto irritante— oh, cierto, ya no están…—volvió a hablar con un tono más suave— ¿sabes por qué? ¿lo sabes?—rió nuevamente y se levantó— ¡Yo los maté! Oh, ¿acaso estás llorando? A pesar de que tienes tanta culpa como yo…—me llevé la mano a la mejilla y sentí algo húmedo ¿de verdad estaba llorando?, me miré las manos para comprobarlo, pero no eran lágrimas, estaban manchadas de un líquido rojo oscuro. Miré hacia donde estaba la chica con los ojos húmedos, pero había desaparecido. Después de un rato escuché su irritante risa a mis espaldas—¿me buscabas?
Al oír su voz algo se apoderó de mí y me abalancé sobre ella, pero retrocedió y caí de rodillas al suelo mientras la veía sonreír.
—¡Qué gran idea! Juguemos un rato— rió una vez más y corrió mientras yo la perseguía
Sus pasos eran tan ligeros y rápidos que parecía que flotaba y la capa se movía con el viento, empecé a tirarle todo lo que encontraba, pero siempre lo esquivaba riendo. El camino terminaba en un claro rodeado de árboles. La chica se giró hacia mí riendo y yo me abalancé sobre ella de nuevo, cayendo dentro de ese claro, que resultó ser una sala de espejos. Escuché su irritante risa a mis espaldas de nuevo
—Uy, si sigues así vas a hacerte daño…— la ira se apoderó de mi y me giré hacia ella, pero ya no estaba
La escuché reír de nuevo y volví a girarme, se movía rápido, una y otra vez intenté atraparla, pero al llegar ya estaba en otro lugar, escuchaba su risa cada vez más fuerte y mi rabia aumentaba cada segundo hasta que no pude controlarme en absoluto y me lancé sobre ella, pero la piedra de mi mano chocó con el espejo que tenía delante. La capa se había caído de su cabeza y ella se encontraba en lugar de mi reflejo mirándome fijamente a los ojos mientras sonreía con burla, retrocedí un paso, aquella chica era yo, pero su mirada era distinta en cierto modo. Caí al suelo una vez más y bajé la cabeza, temblando. Sentí que me abrazaba desde atrás
—¿Qué ocurre? ¿Ahora te das cuenta de lo que has hecho? ¿O es que te has dado cuenta de algo peor?—me abrazó aún más fuerte y me susurró al oído—No puedes herirme por más que lo intentes… No puedes regresar los muertos a la vida por más que quieras…
Al despertar el corazón me latía más deprisa y sentía aún el miedo y la rabia en el pecho. Hacía casi un año que sólo era capaz de tener pesadillas relacionadas con esa noche, pero había sido sin duda la peor de todas. El momento en el que eres consciente de esa parte de ti que intentas negar e ignorar constantemente es algo horrible.
Me levanté lentamente y me estiré, cuando sentí una mirada clavada en mí. Miré hacia mi izquierda, había un chico de pie de pelo castaño oscuro que me miraba fijamente. Fui incapaz de moverme mientras centraba su atención en mí, tenía sentimientos encontrados al verlo, una parte de mí quería salir corriendo y la otra me decía que me quedara. Me apoyé en la pared, estaba temblando, pero ya no sabía si era por miedo o por frío. Una media sonrisa cruzó por la cara del chico mientras me miraba y luego volvió a mirar fijamente la puerta como si esperara algo.
Anneka subió las escaleras corriendo seguida de Britta, tenía un muy mal presentimiento, y eso sólo podía estar relacionado con una cosa. Llegó al despacho de la directora, quien la saludo alegremente y luego la miró con preocupación
—¿Qué ocurre? Estas sin aliento—la chica habló como pudo
—El… teléfono… necesito usar… el teléfono…—se acercó una mano al pecho mientras respiraba dificultosamente.
—Claro, es todo tuyo—la directora se volvió a sentar en el escritorio lleno de papeles y puso las gafas de nuevo sobre su nariz mientras los leía. Britta le tendió una botella de agua a Anneka, la cual aceptó con gusto. Bebió unos cuantos tragos y luego se la devolvió.
Junto a la pared de la entrada, había una mesa pequeña pero alta que sostenía un teléfono fijo algo viejo pero igualmente eficiente. Anneka se dirigió a él y marcó a toda velocidad un número que conocía bien, levantó el auricular y tras un suspiró se lo llevó a la oreja y esperó a que terminaran los pitidos y alguien contestara al otro lado de la línea. Después de una espera que le pareció eterna, finalmente se escuchó la voz de una mujer
—¿Quién es?—se entristeció un poco al escuchar la misma voz de siempre, pero no era momento para pensar en eso. Se apresuró a responder
—Soy yo—La mujer del teléfono habló con una voz más alegre
—¡Anneka! Karen aún no ha llegado, pero puedo decirle que llamaste, ¿quieres que le diga algo en concreto?—ese mal presentimiento seguía creciendo
—¿No ha vuelto? ¿No debería estar ya en casa?—se escuchó un silencio al otro lado de la línea y la mujer habló con un tono más pensativo
—Ahora que lo dices debería haber vuelto hace una media hora, la he llamado al móvil, pero seguramente lo tenga en silencio—volvió al tono alegre de antes—bueno, ya sabes cómo es, seguramente se ha quedado hablando con sus amigas o se ha distraído con algo, debe estar de camino
—Supongo que tienes razón…—se escuchó otro silencio al lado de la línea, esta vez la otra persona habló con un tono más serio
—¿Estás segura de que no quieres que le diga que has llamado? Aquello pasó hace mucho, y ella no era consciente de sus palabras—Anneka la cortó antes de que pudiera seguir
—Gracias, pero no creo que sea buena idea. Llámame cuando sepas algo, por favor—se escuchó un suspiro al otro lado del teléfono
—De acuerdo. Cuídate
—Lo mismo digo—después Anneka colgó el auricular sin retirar la mano de este y se quedó mirando al suelo, sentía que había pasado algo malo, pero no tenía forma de saberlo.
Se dirigió a los bancos de la pequeña sala de espera y se dejó caer en uno de ellos pensando en lo que podía hacer. Britta fue a sentarse junto a ella y la abrazó.
No dijo una sola palabra, volvió a mirar la puerta con la cara seria de antes, de pronto esta se abrió y él dio un paso hacia atrás con cautela. Me pregunté qué era lo que lo tenía tan tenso, no recordaba haberlo visto nunca, pero si estaba aquí debía ser porque vivía en el orfanato. Me sorprendí al ver a Semine cruzando la puerta.
—Estoy aquí—dije, suponiendo que me buscaba. Me dirigió una sonrisa y caminó hacia donde estaba, sin embargo al pasar al lado del chico no sólo lo ignoró por completo, sino que su expresión se volvió fría, hasta ese momento creía incapaz a Semine de poner una expresión así, el chico volvió a sonreír igual que hace un momento, pero esta vez esa sonrisa iba dirigida a ella. No pude evitar fruncir el ceño, no me gustaba que la mirara así.
Semine me cogió de la mano y me llevó hacia la puerta caminando rápidamente y empezamos a bajar las escaleras.
—¿Qué ocurre?—el pelo negro de mi compañera se mecía a su espalda mientras bajábamos las escaleras
—Anneka tiene un mal presentimiento, y creo que tiene algo que ver con ese chico—llegamos al despacho de María, y vi a Anneka y a Britta sentadas en los bancos de la sala de espera.  No entendía nada, ¿un mal presentimiento sobre qué?
La imagen alegre e hiperactiva que tenía de Anneka se contradecía totalmente con la persona que veía ahora, estaba totalmente derrumbada, el cabello tapaba su cara, pero podía imaginarme cómo estaba. Britta tenía un brazo abrazándole los hombros y tenía también mala cara.
—¿Qué te ha dicho?— Anneka negó con la cabeza sin levantarla y se encogió ligeramente de hombros, su voz era casi un susurro
—Me ha mentido… no lleva media hora de retraso, lleva una hora entera…—se encogió aún más y escuché cómo intentaba inhalar profundamente—no saben nada de ella y no contesta…—esta vez sus hombros empezaron  dar pequeños espasmos y su respiración se volvió entrecortada.
Britta la abrazó más fuerte y Semine le tendió una mano, ambas caras transmitían una gran preocupación. Viéndolo desde fuera daba un poco de envidia que pudieran confortarse de esa manera sin necesidad de usar palabras. Yo sólo pude quedarme de pie viendo aquella escena sin saber qué podía hacer, no entendía nada, pero por alguna razón yo también tenía ganas de llorar, no pude evitar salir de la pequeña sala, aquel sentimiento empezaba a sofocarme. Sin pensarlo salí de allí y corrí hacia mi habitación, donde me quedé hecha un ovillo en el suelo y las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos, aunque no sabía lo que pasaba, aunque no entendía lo que pasaba, al ver a Anneka así un sentimiento pesado se apoderó de mi pecho. ¿Por qué?.
El sol se había ocultado por completo, las lágrimas habían parado y me senté con la espalda apoyada en la pared abrazando mis piernas. Semine entró en la habitación después de un rato e intento convencerme de que bajara a comer, pero rechacé su propuesta sin mirarla, con tantas cosas desagradables en mi mente no tenía hambre.
Durante una hora estuve contemplando la luna llena a través de la ventana, perdida en mis pensamientos, ya me había rendido en intentar detenerlos, así que solo los dejé correr. Gran error.
Semine volvió a la habitación y me saludó, después se cambió de ropa y subió a la cama de arriba de la litera. Yo decidí hacer lo mismo, consciente de que no iba a poder dormir me acosté y cerré los ojos, pero eso fue peor.
Empecé a dar vueltas en la cama intentando quedarme dormida, pero mis pensamientos habían sido removidos por esa pesadilla. Justo cuando había conseguido olvidar el sentimiento de culpa, mi subconsciente me daba una puñalada por la espalda, como hacía siempre.
Me levanté lentamente de la litera intentando no hacer ruido, pero la estructura chirriaba con cada mínimo movimiento. Por fin logré poner los pies en el suelo, me puse los zapatos y abrí la puerta de la habitación.
—¿Adónde vas?—la voz adormilada de Semine me sobresaltó cuando ponía un pie en el pasillo
—No puedo dormir, voy a dar una vuelta—mi compañera de habitación bostezó y volvió a apoyar la cabeza en la almohada. Ni siquiera se había molestado en abrir los ojos como hacía siempre, un hábito que tenía a pesar de ser ciega.
—Ni tu ni nadie si te mueves tanto—dijo refiriéndose a la espantosa forma en que chillaba la madera al moverse. Semine dio media vuelta en su cama y se quedó de espaldas a mí—puedes ir a la biblioteca, hay buenos libros para matar el tiempo.
—Iré. Lo siento, buenas noches…—escuché su respuesta casi en un susurro
—Buenas noches…—demasiado tarde, pensé
Salí de la habitación girando el picaporte lentamente, otra cosa que necesitaba un poco de aceite. Oí un largo suspiro de Semine a través de la puerta.
Caminé por los pasillos como una sonámbula hasta llegar a la biblioteca. Era un lugar pequeño, pero la decoración era tan elegante como la del despacho de María. Las paredes estaban cubiertas por unas altas estanterías llenas de libros. Sobre las mesas había unas lámparas, que no tardé en descubrir eran sólo de adorno, ya que no tenían bombilla.
Sentado en el poyete de la ventana, con un pie sobre la mesa del fondo estaba el mismo chico de esta tarde, con la misma actitud vigilante, mirando por la ventana. Giró la cabeza hacia mí al escuchar la puerta, me encogí ligeramente, algo en mí se revolvía cuando lo tenía cerca. Fijó su mirada en mí por un momento, ciertamente yo también lo hubiera hecho si viera una chica paseando por ahí en pijama con una manta por encima.
—No esperaba encontrar a nadie—me defendí. El chico no respondió, simplemente volvió a mirar por la ventana, como si esperase algo.
Caminé pasando al lado de las estanterías mientras miraba por encima el lomo de los libros, la mayoría eran antiguos, encuadernados de manera vistosa, lo que le daba un toque mágico a aquel lugar, como si se hubiera detenido el tiempo.
Cogí por fin un libro con la pasta cubierta de tela y letras doradas, no me fijé en el título. Luego me senté en una silla y lo abrí por una página cualquiera, una imagen de la lucha entre un ángel y un demonio apareció cubriendo la página entera, había visto muchas imágenes como esa a lo largo de mi vida. Era la típica imagen de un {angel pisando a un demonio mientras le clavaba una espada con una mirada fría, contemplando la agonía del demonio.
Realmente nunca había entendido aquellas imágenes, representando la lucha entre el bien y el mal, pero contradecía por completo el concepto de aquellas criaturas supuestamente puras y benevolentes.
Entre mis cavilaciones apareció de nuevo la imagen de la chica del espejo, que  comenzó a atormentarme de nuevo, la veía sonreír mientras me restregaba la culpa otra vez en la cara, la escuchaba reírse de mí. Apreté los puños. A ella deberían atravesarla con una espada.
De pronto sentí un ligero golpe por detrás de la cabeza
—¡Eh!—escuché una voz desconocida, el chico estaba de pie a mi lado. Me giré y le respondí de mal humor.
—¿Qué quieres?— No se inmutó lo más mínimo.
—No estabas respirando—Me dirigió una mirada fría y se produjo un silencio algo tenso, finalmente volví a mirar el libro y descubrí que tenía los puños apretados. Suspiré.
—Ah, ¿Sólo eso? No se puede morir aguantando la respiración—algo pareció hacerle gracia y una sonrisa asomó en su cara
—Al parecer lo sabes muy bien—el chico caminó de nuevo a la mesa, le dirigí una mirada de odio a su espalda. Se asomó a la ventana antes de sentarse y se escondió rápidamente detrás de la pared, de pronto parecía muy tenso.
—¿Qué pa—me cortó antes de que pudiera terminar la frase.
—Shhh…—se dirigió al interruptor de la luz y la apagó, me hizo una seña para que no me moviera y caminó silenciosamente hacia la ventana, asomándose cuidadosamente de nuevo, como si se escondiera de algo. Lo observé sin comprender, parecía asustado y la vez lleno de rabia.
Empezó a escucharse una risa desde afuera, era un sonido lejano, pero por alguna razón me helaba la sangre, esa risa no era de felicidad.
El chico intentó asomarse un poco, pero inmediatamente ocultó la cabeza de nuevo, justo después una piedra entró por la ventana, rompiendo el cristal, llegó a mi lado y pude ver que la piedra tenía una nota atada,” qué romántico”, pensé con ironía.
Después de un rato el chico se acercó, levantó la piedra y cogió la nota, que leyó con una mirada fría de nuevo, sin embargo, lo que pude ver a contraluz en el papel hizo que el corazón se me acelerara. ¿Quién era? ¿De qué estaba huyendo?
Al terminar de leer la nota la arrugó y se la metió en el bolsillo, luego se dirigió a la puerta y empezó a abrirla
—Espera—le susurré
Él me miró por encima del hombro, pero abrió la puerta y salió sin responder nada. Yo me levanté y lo seguí, me arropé con la manta, pero el frío que sentía en el pecho no se iba. En el pasillo él se giró hacia mí algo molesto
—¿Qué haces?
—Seguirte—me miró como si estuviera loca
—¿Por qué?—me encogí de hombros. Él dio un bufido y siguió caminando
Estuvimos recorriendo el orfanato aparentemente sin rumbo, al parecer él sólo quería saber cómo era el lugar donde estaba, finalmente llegamos al piso más bajo, donde estaban el almacén, el comedor y los baños. Por todos los sitios donde pasábamos miraba a los lados como si esperaba encontrar algo
—Si quieres puedo decirte dónde está lo que buscas—me miró con el ceño fruncido
—¿Sabes lo que busco?—me encogí
—No, pero…—él relajó su expresión y pareció darse cuenta de algo
—No importa
Luego caminó de vuelta a las escaleras y subimos a la primera planta, se sentó en un escalón de la escalera que llevaba a la segunda planta y miró el suelo con una expresión seria, me senté cerca de él y me abracé a mí misma, estaba siendo una noche muy larga. Escuché su voz de nuevo
—¿Tú no duermes?—era extraño la forma en que hablaba. Sus palabras eran amistosas, sin embargo su voz estaba llena de frialdad
—Hoy no
—¿Por qué me sigues?—lo pensé por un momento, él era directo, así que decidí hacer lo mismo
—Para distraerme—sentía su mirada clavada en  mí
—Ponte a jugar a algo y déjame en paz—parecía molesto, se levantó y bajó las escaleras.

Me quedé sola en el silencioso pasillo, todo estaba oscuro. Me abracé a mí misma más fuerte, había descubierto algo interesante: si pensaba en otros no pensaba en mí, por lo que el tormento disminuía.

Capítulo 5: Aniversario

Esa mañana estaba de un humor pésimo. Había dormido tan solo unas horas y había sido en una escalera, por lo que me dolía todo el cuerpo. Pero no era eso lo que me molestaba.
De alguna manera, al levantarme el chico que había llegado el día anterior había empezado a vivir en el orfanato y tenía que estar con él, María había dicho algo de vigilar, pero no le había prestado mucha atención. Así que allí estábamos, ambos en clase sin ningún interés, ahora a mi lado en lugar de Semine estaba aquel chico odioso.
Nuestra presentación había dejado claro que ninguno de los dos estaba de acuerdo, pero yo no estaba de humor para protestar y él no podía permitírselo. Después de salir del despacho de María me lo había encontrado sentado en uno de los bancos mirando al suelo como un niño regañado, al escucharme me había mirado con asco, no pude evitar sonreír
—Así que eres Damian
—No necesito una niñera
—Me llamo Ever, un gusto conocerte—miró hacia otro lado, molesto
—No es recíproco
—Sólo era una formalidad
—Nadie te ha preguntado—por alguna razón verlo tan irritado me divertía y terminé sonriendo de nuevo
—Vamos, tenemos que irnos
—No tengo por qué obedecerte—me acerqué a él y lo miré a los ojos
—Sé que estas huyendo de alguien que pasó por aquí ayer y que has hecho algo, no sé quién era ni qué es lo que has hecho, pero estoy segura de que si te entrego a la policía te encontrará. No tienes por qué obedecerme, pero yo no tengo por qué aguantarte—me sonrió de forma extraña y se levantó, le devolví la sonrisa—buen chico.
Después de nuestra primera conversación nos fuimos a clase sin dirigirnos una palabra, y allí seguíamos, yo miraba por la ventana y él estaba sentado de cualquier manera en la silla. Así pasaron las seis horas de clase.
Esperé que todos salieran antes de levantarme de la silla, cogí la mochila para ir al comedor, cuando me di cuenta de que Damian se había quedado dormido. Pensé en despertarlo, pero callado no molestaba y yo tampoco tenía hambre, así que lo dejé así. Me senté en una de las mesas y volví a mis pensamientos, incluso dormido Damian tenía cara de malhumorado.
Suspiré y cerré los ojos. Comencé a ver mi antigua casa en mis recuerdos, comencé a acordarme incluso del ambiente que había, tan cálido. Mis padres se querían y mi hermanito nunca molestaba, siempre estaban todos alegres, pero dentro de esa familia feliz había un defecto: yo.
Abrí los ojos de nuevo y bajé la mirada. Era consciente de que había tenido una vida que no merecía, y en un arrebato de lógica de la vida lo había perdido todo, aunque debería haber sido yo la que muriera, seguía aquí. Pero, ¿qué era la vida sino un puñado de acontecimientos sin sentido?
Suspiré, mi mal humor iba en aumento mientras más tiempo sola pasaba, sinceramente, todo esto era ridículo, toda mi familia muerta, yo rodeada de un montón de duendecillos de la felicidad, haciendo de niñera del chico mas irritante que podía haber conocido y aferrándome estúpidamente a una fantasía… Toda mi vida parecía un chiste de mal gusto. Pero no terminaba ahí.
Un sonido a mis espaldas interrumpió mis pensamientos. Britta había dado unos ligeros golpes en la puerta y me miraba desde la entrada. Me acerqué adonde estaba y me fijé que llevaba dos envases y cubiertos en la mano, me los dio sonriendo y miró hacia donde estaba Damian. Aún no manejaba muy bien el lenguaje de señas, pero por lo que sabía me había dicho algo como “después de comer lleva los envases a la cocina”.
—Gracias—intenté sonreír lo mejor que pude, pero sé que solo conseguí hacer una mueca extraña. Ella no pudo evitar reír
Si te preguntas como ríe un mudo, puedo decir que igual que cualquier persona, pero sin sonido, solo escuchas el aire pasar por su boca repetidas veces. Volviendo a los hechos. Britta me dedicó una mirada de disculpa por eso
—No importa, sé que debe ser gracioso—me sonrió una última vez y volvió al pasillo. Antes de empezar a bajar las escaleras se giró hacia mí de nuevo “debes venir a las seis a la planta baja, te esperaremos”. Antes de que pudiera preguntar por qué ya había desaparecido en las escaleras.
Me limité a entrar de nuevo en el salón de clases vacío, me volví a sentar en una mesa cualquiera con los envases en las piernas y los miré un buen rato antes de decidir si comer o no, al final decidí lo primero, no tenía ganas de tener a Semine todo el tiempo otra vez obligándome a comer, ahora que había recuperado algo de peso.
Abrí uno de los envases y cogí un par de cubiertos, cuando iba a empezar a comer sentí un escalofrío en la espalda.
Miré hacia donde estaba Damian, me miraba con la cabeza aún apoyada en la mesa y sus brazos sólo dejaban ver sus ojos
—Vas a dejarme algo ¿no?—le tendí el segundo envase de mala gana. Se levantó y lo cogió mientras me sonreía con burla. Me sacaba de quicio.
Comimos en silencio, uno en cada punta de la habitación, pero aun así era irritante. Damian me miró fijamente durante ese tiempo con esa estúpida sonrisa en su cara y yo miré por la ventana intentando distraerme.
El otoño era algo contradictorio para mí, sobre todo este día. Una ráfaga de viento hizo que algunas hojas marchitas pasaran por la ventana y me invadió un sentimiento melancólico. Una de las hojas cayó al suelo y me levanté a recogerla sin pensarlo demasiado. Al levantarme volví a sentir su mirada clavada en mí, suspiré, molesta.
—¿Qué pasa? ¿Eres de esas personas que acumulan basura?—empezaba a irritarme demasiado. Lo miré sin expresión alguna en la cara
—Métete en tus asuntos—apareció una media sonrisa en su cara y me miró con interés
—Que niñera más rara, ¿no eres tú la que se está metiendo en mis asuntos?—volví a sentarme en la mesa mirándolo fijamente
—No me he metido en tus asuntos, solo hago esto por obligación
—¿Y por qué obedecerlo? ¿Quiénes son ellos para ordenarte nada?— miré hacia otro lado confusa, ¿qué estaba tratando de hacer exactamente?
—Son las personas que me mantuvieron viva…
—¿Y tú querías vivir?—pensé la respuesta, debería estar agradecida ¿no?, pero no me sentía de esa manera… No pude responder nada, el chico rió ante mi silencio—Lo sabía


En la terraza, una mochila abandonada, o tal vez escondida a la sombra de una esquina atrae la atención de María, que había subido a tomar el aire. Se acercó a ella y la abrió, estaba llena de libros y cuadernos, en el fondo descubrió un móvil, le quedaba poca batería. Ya resultaba obvio que la misteriosa mochila no pertenecía a alguien del orfanato, pero sospechaba cómo había llegado allí.
Revisando los bolsillos en busca de una pista de su propietario, finalmente encontró un carnet de estudiante, leyó el nombre varias veces para asegurarse de lo que veía. Una sonrisa llena de nostalgia cruzó su cara mientras veía la foto del carnet.
—Cómo has crecido…—dijo en voz baja, luego cogió la mochila y se la llevó a su despacho.
Si no se equivocaba respecto a la forma en que había llegado la mochila a la terraza, entonces no tardaría en ser reclamada. Sobre su mesa había dos papeles, uno de ellos indicaba el traslado de alguien desde otro orfanato, y el otro era una ficha para el nuevo huésped, el chico de pelo castaño oscuro llamado Damian. Si lograba conseguir suficiente información podría mantenerlo en el orfanato oficialmente. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había pasado algo similar, pero aquello era algo diferente. Deseó suerte a Ever mentalmente y siguió con su trabajo.


Me presenté a las seis a la planta baja tal y como me habían dicho, allí estaban Britta, Semine y Anneka esperando frente a la puerta de lo que parecía un gran gimnasio, todas estaban vestidas con ropa de hacer ejercicio. Me saludaron enérgicamente con la mano mientras sonreían, me limité a levantar la mano, no estaba como para saludos.
—¿Por qué me has seguido hasta aquí? te dije que podías irte adonde te diera la gana—Damian rió a mi espalda
—¿Y no es eso justamente lo que he hecho?—sonreí con ironía
—¿Vas a jugar al perro obediente? No sabía que eras de los que va lamiendo la mano al primero que le ofrece comida—se acercó más a mí
—Si mal no recuerdo eras tú la que me seguía anoche
—¿Quieres que me lo tome como una venganza o algo así?
—¿Crees que lo es?—lo miré molesta, tal como sospechaba tenía esa sonrisa burlona en la cara, quise quitársela de un golpe, pero simplemente respiré hondo y seguí caminando hasta llegar al lado de las demás
—No creo nada, simplemente ve a tu habitación o a donde sea lejos de aquí—finalmente se notó en mi voz que estaba harta de jugar
—Aún no tengo una—se acercó a más a mí y me habló al oído—me quedaré a tu lado todo el día—habló con una voz irritantemente melosa resaltado el “todo el día”, me aparté de él de un salto, conteniéndome de nuevo de quitarle esa sonrisa a golpes, no sabía cuánto aguantaría aquello. Damian se echó a reír mientras lo miraba con rabia.
Me dirigí a las demás, que habían observado la escena en silencio, sin saber a quién reclamar
—¿Cómo que no tiene una?—Anneka me sonrió
—Ahí está el truco, tiene que estar contigo todo el día—apreté los puños al escuchar esa frase de nuevo, por lo que a Damian le dio otro ataque de risa, esta vez la sonrisa de Anneka fue más prudente—si tiene un lugar donde esconderse no tiene sentido, además él también tenía que venir
Finalmente suspiré con resignación, vi a Semine tendiéndome una camiseta y un pantalón para hacer deporte, los cogí de mala gana y entré al gran gimnasio, Damian me siguió, al parecer también le habían dado ropa a él. Me fui a una puerta que parecía llevar a un vestuario, mi irritante seguidor caminó con intención de seguirme incluso hacia el vestidor, le señalé la puerta de enfrente
—Los chicos allí—me miró con inocencia fingida
—¿En serio? Me dijeron que te siguiera todo el tiempo—lo miré con frialdad, pero no dije nada, suspiré y di un portazo sin importarme si le hacía daño, escuché una corta risa y luego se marchó.
Respiré hondo una última vez y comencé a cambiarme, al salir me encontré a Damian apoyado en la pared viendo lo que hacían los demás, sinceramente, preferiría que estuviera todo el tiempo con esa mirada de indiferencia, busqué con la mirada a Semine, Anneka y a Britta y me fui adonde estaban, al pasar a su lado Damian se separó de la pared y volvió a seguirme.
—¿Ahora vas a ignorarme?
—Pues no es mala idea, la verdad…
Llegué junto a las tres chicas, ahora que me fijaba, en aquel lugar había pequeños grupos haciendo cosas distintas. Veía sacos de boxeo, instrumentos de gimnasia, balones, cada grupo ejercitaba algo distinto. Anneka habló
—Como veis aquí hacen un poco de todo, nos enseñan cualquier cosa que nos pueda hacer más dependientes—señaló un grupo de chicos que se pasaban varios balones—ellos están aprendiendo a captar su entorno y comunicarse de distintas maneras para coordinarse con los demás, allí están aquellos que no pueden ver, oír o hablar—señaló otro grupo que caminaba por encima de algunos bancos, colocados con una separación de un paso, pasaban de uno a otro, se agachaban, se sentaban, luego apoyaban la cabeza en el banco y volvían a levantarse—allí están los que no pueden ver, es un ejercicio de equilibrio, pero les ayuda a mantenerse aunque no puedan sentir bien su apoyo—señaló otro grupo que jugaba un partido de baloncesto a un lado, pero todos llevaban silbatos en la boca y de vez en cuando hacían señas con las manos a los demás—puede que los mudos, no hablen, pero pueden soplar, así pueden coordinarse, y hacen ciertas señales para comunicarse con los sordos que están en su equipo—finalmente señaló un saco de boxeo que teníamos al lado—nosotros aprendemos cómo administrar nuestra fuerza para hacerla más eficaz, por ejemplo—esta vez intervino Semine
—Aquí ayudan a los que les falta algún sentido a hacer las cosas de una forma alternativa para que eso no les impida vivir normalmente, y aquellos que tienen todos sus sentidos aprenden a  manejarlos mejor—observé mejor los grupos, todos estaban dirigidos por algún profesor, que supervisaba los ágiles movimientos de los alumnos.
Después de realizar pruebas físicas para averiguar en qué necesitábamos ejercitar, volvimos a nuestras habitaciones. Tuve que acompañar a Damian a la suya antes de volver a la mía. Al entrar cogí un poco de ropa y una toalla y fui a las duchas de la planta baja, había otras chicas duchándose también, me desvestí y puse mis cosas en un banco que había al lado de las duchas. El agua alivió un poco la rabia que me quemaba por dentro, pero no logró eliminarla.
Cerré la pila del agua y me dirigí al banco aun chorreando. Cogí la toalla empecé a secarme, a mi alrededor varias chicas se vestían mientras hablaban despreocupadamente. Recuerdo que al principio me sentía incómoda con aquella falta de intimidad, pero después me di cuenta de que en realidad yo era invisible a todas ellas, así que no tenía sentido ocultarme de nadie. Metí la ropa sucia en una bolsa de tela y salí al pasillo de nuevo aún secando mi pelo con la toalla.
En la misma planta estaban la lavandería y el gimnasio. Semine aún seguía en el gimnasio, así que decidí asomarme antes de ir a la lavandería. Estaba jugando baloncesto con un gesto de profunda concentración, me apoyé en el marco de la puerta y la observé con interés, a diferencia de cómo la veía normalmente, tenía los ojos cerrados, supuse que para centrarse mejor. Anneka también seguía en el gimnasio, pero ya estaba recogiendo el equipo, al verme se acercó a donde estaba y miró a Semine sonriendo con admiración
—Increíble ¿verdad?—dirigí mi vista hacia a Anneka para escuchar lo que decía, me sonrió—¿Sabes cómo lo hace?—negué con la cabeza—Te lo explicaré. Puede jugar baloncesto porque escucha el balón en todo momento, ya que tienes que hacer que rebote en el suelo mientras te mueves, puede saber la posición del balón en todo momento, además por el roce del suelo con el zapato saben la posición de los jugadores a su alrededor.
—Y ¿cómo bloquean un balón?
—Bueno, no pueden verlo, pero tienen cierta intuición para saber desde donde puede venir un balón e intentar pararlo. De todas formas en cada equipo hay también personas que pueden ver y orientan un poco, cada equipo silba de una forma distinta y así indica un pase o una dirección.—miré a Semine un rato más con interés, parecía realmente concentrada en lo que hacía, supuse que tendría también que aislar los sonidos provenientes de aquellos que estaban fuera del partido.—Tengo que seguir recogiendo, hasta mañana
—Hasta mañana—respondí sin mirarla.
Suspiré y fui a la lavandería, era un sitio enorme con un montón de lavaderos para lavar la ropa a mano, al lado de la puerta había una mesa con numerosas barras de jabón unas más gastadas que otras, en la pared había un perchero enorme del que colgaban varias bolsas de tela de otros habitantes del orfanato. Cada bolsa tenía marcado el nombre de su propietario, algunos lo habían bordado, otros lo habían pintado, otros habían usado rotuladores, cada uno elegía como hacerlo. La mía tenía el nombre bordado por Semine, que se había ofrecido a hacerlo el día que empezamos a compartir habitación. Colgué mi bolsa en el perchero y volví a la habitación. Me metí en la cama y me arropé, pero no cerré los ojos, me quedé mirando el movimiento de las cortinas amarillentas, que se mecían suavemente por el viento que entraba por la ventana.

Dirigí la vista hacia el pequeño reloj posado sobre la mesa, pude distinguir las agujas brillar con la luz de la luna: eran las doce. Hacía exactamente un año, mi padre, mi madre y mi hermano viajaban por la autopista cuando ocurrió el accidente que les costó la vida.

martes, 16 de abril de 2013

Capítulo 1: Aceptación


Después de lo que ocurrió estuve casi dos meses viviendo ausente, hacía exactamente lo mismo día tras día. No recordaba siquiera como había llegado hasta ese lugar,  por qué todos estaban tan felices, o por qué me vigilaban de cerca. Supongo que es a eso a lo que llaman “estar en shock”.
Más tarde empecé a odiar aquel lugar, todo en él me daban náuseas, el hecho de que rieran con tanta felicidad era tan irritante que no podía siquiera mirarlos, y aun así, todos los días a la misma hora acudía al mismo lugar para ver a los niños jugando, sigo sin saber por qué lo hacía, pero había algo en aquellas risas y cantos infantiles que me hipnotizaba y me llenaba de buenos recuerdos, sin embargo aquello sólo era peor, porque hacía que me odiara más a mí misma.
Un día se acercó a mí una chica y se sentó a mi lado, pero no me miró, se quedó allí dirigiendo la mirada hacia los niños igual que yo, no le presté atención, no me interesaba hablar con nadie, sin embargo, ella no pareció darse cuenta de ello
—¿Cuánto tiempo piensas seguir torturándote así?—me giré hacia la chica
—¿Qué?—siguió sin mirarme
—¿Qué consigues haciendo esto día tras día?—seguí mirándola, pero no respondí aquella pregunta, estaba algo confundida, hacía mucho que no hablaba con nadie  pero sabía muy bien que esa forma de empezar una conversación no era normal
—¿Dónde quedó eso de las presentaciones y los saludos?—me miró extrañada
—¿No te enteraste? Las normas de cortesía oficiales fueron cambiadas, ahora no hace falta nada de eso, debemos ir al grano, ya que aburrir al oyente sería de mala educación—¿normas oficiales de corte…? Me está tomando el pelo…
—¿Eh?
—Bueno, supongo que como has estado ausente tanto tiempo no te habrás enterado…—una sonrisa empezó a cruzar su cara, me sacaba de quicio. Me levanté del suelo para irme—Esta bien, espera, no te vayas—la chica dio manotazos al aire hasta que logró cogerme el brazo, la miré sin saber qué pensar, sobre todo porque no había movido el brazo, por lo que podía cogerlo perfectamente. Le hablé irritada
—¿Qué tienes? ¿Acaso estás ciega?—me soltó el brazo, levantó la vista, retiró el flequillo que le cubría parte de los ojos y me sonrió mientras contestaba con sencillez
—Sí—dejé de resistirme y me giré hacia ella de nuevo, sus ojos eran de un color gris claro y no tenían pupila. Dejó caer el flequillo sobre sus ojos de nuevo y dio unas palmaditas en el suelo que había a su lado, me senté de nuevo junto a la chica y esta se giró hacia los niños otra vez, me sentía culpable por mi falta de delicadeza e incómoda con aquella situación, rió al darse cuenta de esto—no te sientas mal por ello, no hace falta ser delicado con eso, son cosas que pasan.—suspiró y habló en un tono más serio—Estamos en un orfanato, uno de los ejemplos más claros de la intolerancia que inculca la sociedad en las personas, si miras a tu alrededor, puedes darte cuenta.
Miré aquel espacio y  caí en lo que quería decirme, ella no era la única, pude ver a otros niños que también eran ciegos, otros que hablaban en lenguaje de signos, algunos con síndrome de Down…
La chica volvió a hablar fingiendo un tono de profesionalidad
—Muy bien, según la norma de cortesía antes citada de no aburrir al interlocutor, debo dejar de hablar de temas serios.—habló más alegremente— Soy Semine[1]  por cierto, encantada—por un momento me olvidé de mi rabia y dejé escapar una pequeña sonrisa al escuchar su broma, ella me hacía sentir bien de alguna manera, incluso me atrevería a decir que… me agradaba en cierto modo.

Y así, fue como empezó mi vida de nuevo, en algún lugar de Europa, lejos de mi antiguo hogar…





[1] Semine: nombre danés que significa “diosa del sol, la luna y las estrellas”

Capítulo 3: Imposible verdad


Me levanté con el mismo ánimo de todas las mañanas, con una imagen extraña en la cabeza que se iría de nuevo al cabo de unos minutos. Escuchaba la voz de Semine intentando despertarme, respiré hondo y me senté mientras me frotaba los ojos, todas las mañanas ocurría exactamente lo mismo.
Caminaba hacia el tubo donde estaba colgada nuestra ropa y maldecía una y otra vez a mi corazón por seguir latiendo. Me vestía y salíamos con la mochila a la espalda, íbamos a los baños y esperábamos entre la multitud para poder hacer nuestro aseo personal e íbamos al comedor para desayunar. Una vez allí cogíamos una bandeja y nos poníamos en la cola a esperar que nos sirvieran el desayuno. Cada día igual, con el mismo pensamiento todo el tiempo. Suspiré
—¿Qué ocurre? Normalmente te esfuerzas más por aparentar que estás bien, pero hoy no has dicho una sola palabra—miré a Semine, había olvidado lo receptiva que era mi compañera
—No me pasa nada, sólo tengo sueño—me devolvió la mirada a través de ese flequillo que cubría casi por completo sus ojos
—Si acumulas aquello que te preocupa dentro de ti terminarás colapsando. No digo que me lo cuentes, o que se lo cuentes a otro, hay muchas formar de descargar los sentimientos—suspiré de nuevo
—Mi madre decía lo mismo…
Bajo ese aspecto adorable que la hacía ver frágil, Semine escondía un gran conocimiento y tenía una presencia que irradiaba tranquilidad. Era un poco más pequeña que yo, tenía el pelo largo cubriéndole la espalda, totalmente liso y tan negro que la luz le arrancaba destellos azules; sus rasgos eran suaves, como los de una muñeca y siempre tenía una mirada serena.
Por fin tuvimos nuestro desayuno y llevamos nuestras bandejas a la mesa donde vimos a Anneka y a Britta. Nos sentamos junto a ellas y empezó aquella extraña dinámica de conversación donde se necesitaba un intermediario entre Semine y Britta, ya que era muda. Britta normalmente hablaba con lenguaje de signos, pero obviamente Semine no podía verlo, así que Anneka tenía que hacer de intermediaria entre ellas. Todos los días me sentaba junto a ellas ajena a su conversación mientras las observaba, la escena resultaba graciosa, cualquiera diría que una relación con tantos obstáculos no podría llegar a mucho, pero aquí la lógica no tenía ningún valor, ya que todo lo que creías se convertía en algo sin sentido.
Anneka era un año mayor que nosotros, pero estaba en nuestra clase. Tenía el pelo castaño claro y corto ligeramente ondulado en las puntas, sus ojos eran color miel y era un tanto hiperactiva. Britta era tranquila pero alegre, su pelo era ondulado y rubio hasta la cintura y tenía unos grandes ojos azules.
La hora de desayuno terminó y nos fuimos al salón de clases. No me entusiasmaba mucho estar seis horas sentada escuchando lo que dicen son conocimientos útiles para el futuro rodeada de todas esas personas extrañas. A excepción de Semine, todos los demás seguían poniéndome nerviosa. Escuché que una voz se dirigía a mí
—¿Podrías seguir leyendo el texto?—miré el libro intentando encontrar la línea, pero la verdad es que no sabía ni de qué estaban hablando. Semine me señaló una palabra en el texto, desde la que empecé a leer—Gracias
De nuevo me aislé de lo que pasaba a mi alrededor y me sumergí en mis pensamientos, Semine a mi lado me toco el hombro
—Estas más distraída de lo normal, cualquiera puede darse cuenta—la miré sin comprender por qué decía eso ahora—Al menos has como si te importase esto—suspiré, tenía razón, pero no tenía fuerzas para fingir.
Las clases pasaron lentamente, mientras sentía las miradas furtivas de Semine, que parecía preocupada por mí. Por fin la campana de la última hora sonó y me sentí aliviada, hasta que recordé que tenía que ir a ver a la directora, dí un bufido. Bajamos al comedor con Britta y Anneka y nos pusimos en la cola con nuestras bandejas, Anneka se dirigió a mí.
—Oye, ¿te pasa algo? Estas rara…—suspiré no tenía ganas de hablar, le dediqué una sonrisa mal fingida y volví a mis pensamientos ¡¿que si me pasa algo?! Vaya pregunta…
—Es mejor no molestarla mucho ahora—escuché la voz de Semine dirigiéndose a Anneka.
Me adelanté en la fila ajena a su conversación y me llevé la comida a la azotea, no soportaba un minuto más dentro. Me desplomé en el suelo, dejé la comida a un lado y me encogí sobre mí misma. Comencé a sentir pequeñas contracciones en mi estómago y un nudo en la garganta, quería llorar, cerré los ojos e intenté respirar hondo para calmarme, pero el dolor que sentía en el pecho era muy grande. Casi un año…
En ese momento apareció Semine por la puerta y se sentó a mi lado, hablando tan calmadamente como siempre
—¿Qué pasa? ¿Vas a dejar de comer otra vez? Vamos, come algo, sabes que no te hará bien ni a ti ni a nadie…—yo me encogí aún más, no quería, escuchar, ver o decir nada, solo quería dejar de escuchar un corazón latiendo dentro de mi pecho, quería que desapareciera, que la pesadilla terminara. Semine me puso una mano sobre la cabeza y apoyó la suya sobre mi hombro—¿Sabes qué? Si quieres llorar llora, si quieres reír ríe, si quieres enfadarte enfádate. Las emociones son gratis después de todo, pero si las contienes terminan consumiéndote desde adentro y antes de darte cuenta te has vuelto en una persona triste y solitaria, porque la tristeza es un estupefaciente, no te das cuenta de lo que pasa a tu alrededor, y los que te rodean comienzan a alejarse lentamente—había algo en la presencia de Semine que hacía que el aire pareciera más ligero, respiré hondo una vez más e intenté calmarme.
Levanté un poco la cabeza y Semine hizo lo mismo mientras quitaba su mano de la mía, se levantó del suelo y me tendió una mano mientras sonreía.
—Vamos, creo recordar que tienes una cita ahora—suspiré al recordarlo, no tenía ganas de ir a hablar con una loca—Iré contigo si te consuela un poco
—Gracias…
Bajamos las escaleras hasta llegar al despacho de María, había una pequeña sala de espera con dos bancos del ancho de la pared de cada lado, en la derecha había un gran ventanal y en la izquierda la pared tenía algunas fotos colgadas. Entramos y Semine dio golpes en la puerta
—¿Se puede?—una voz se escuchó desde dentro
—Claro, pasa—Semine me indicó con la mano que entrara, empujé la puerta y entré al despacho de María—Hola, ¿Qué tal estás hoy?
—Bien… gracias—no sabía muy bien qué decir, ni siquiera sabía por qué estaba allí
—Ven, siéntate—hice lo que me decía mientras ella rellenaba algunos papeles. Retiró las gafas de su nariz y me miró sonriendo dejando a un lado los papeles.—¿Por qué me miras así, no querías preguntar algo?
—N-n-no… me dijo que viniera a verla y vine—estaba nerviosa por alguna razón, y algo impaciente
—Veo que tu humor ha mejorado un poco, pero sigues buscando respuesta a esa pregunta
—¿Qué pregunta?
—¿Para qué sirvo?—la miré por un momento sin creer lo que oía, la primera vez que la vi había dicho lo mismo, como si ella pudiera saber la respuesta a una pregunta así—Te dije que vinieras porque tal vez pueda responder a esa pregunta—seguí con la vista fija en ella intentando pensar lo que me decía, pero era imposible que ella supiera algo como eso
—Nadie puede hacer tal cosa…
—Bueno, admito que hay que tener mucha fe para creerlo—me sonrió y me miró fijamente— ¿te queda algo de eso?—no fui capaz de responder a esa pregunta
—¿Qué más da?
—¿Quieres saber algo interesante? El ser humano no puede vivir sin un mínimo de fe en algo, porque no creer en algo le frustra y le lleva a rendirse
—¿Con rendirse se refiere a…?
—Morir, sí—me eché un poco para atrás en la silla al oír la frialdad con que había dicho esas palabras—lo siento, no quise ser tan ruda. Siguiendo con el tema anterior, seré directa con esto, eres un ángel—me quedé callada por un momento intentando pensar en qué sentido había dicho eso último
—Eh… ¿A qué se refiere con eso?—ignoró mi pregunta y siguió hablando con la mirada perdida en algún lugar
—Desde que sabemos, la humanidad ha creído en criaturas mágicas que los ayudan a superar ciertas situaciones—me miró de nuevo—claro que seguramente sean producto de un sueño o algo parecido, el hecho es que los han ayudado. A eso es a lo que llamo ángeles, básicamente
—Pero que yo sepa no soy ningún espíritu
—Los niños que viven aquí ahora han pasado como tú por una situación difícil y buscaron una razón para seguir adelante. Verás, ellos tienen ciertas habilidades que los hacen especiales, puedes verlo en su mirada, todos ellos son ángeles. Según la tradición, un ángel vive dentro de ellos y tienen una persona en algún lugar a la que deben ayudar—no pude decir una palabra. María me miró sonriendo calmadamente—¿te resulta familiar esta historia?
—Mi abuela me contaba cosas parecidas…
—Sí, las historias de tu familia son fascinantes—se me cortó la respiración al escuchar sus palabras
—¿Conoce a mi familia?
—Tu abuela viajó mucho y conoció a mucha gente, tuve el privilegio de conocerla en uno de sus viajes. El ángel que está contigo ahora ha estado muchísimo tiempo en tu familia
—¿Qué le hace pensar que está conmigo?
—Has visto y sentido ciertas cosas a lo largo de tu vida ¿no es cierto?
—¿Cómo…?
—Puedo verlo en tu mirada percibes el mundo de una forma algo diferente ¿no es cierto? Sientes cosas que las personas normalmente ignoran y tu forma de pensar es totalmente diferente—desvié la mirada intentando pensar en todo aquello
—Puede que sea cierto, pero eso no prueba nada, simplemente soy algo diferente—sonrió
—No hace falta que lo pienses ahora, es normal que no lo creas ahora, es posible que no lo creas nunca, depende de ti si el ángel es un espíritu o sólo una metáfora—volvió a hablar con un tono despreocupado— deberías irte ya, supongo que tienes cosas que hacer. Ven a verme siempre que quieras.
—Gracias—no sabía realmente qué decir después de una charla tan extraña, pero sentía que ella no necesitaba palabras. Sin más me levanté y me dirigí a la salida y abrí la puerta.
Semine seguía afuera, se había quedado dormida con la cabeza apoyada en la pared. Sentí algo de envidia por poder dormir tan pacíficamente. Le sacudí un poco el hombro y ella abrió los ojos lentamente.
—¿Ya te lo ha dicho?— me miró aún medio dormida y frotándose un ojo. La miré enarcando una ceja
—¿Era eso lo que te emocionaba tanto que me dijera?— me sonrió entusiasmada
—Sí, ¿no es fantástico?
—Sí, de hecho es demasiado fantástico—se puso algo más seria y habló extrañada
—¿No te lo crees?—¿acaso era posible creer eso de verdad?
—Es bastante difícil de creer…—soltó una pequeña risa
—Eso no te lo niego… —salimos al pasillo y ella se despidió—Tengo algo que hacer, nos vemos en la habitación más tarde.
Me quedé parada un rato en el lugar viendo como desaparecía su cabeza en las escaleras, pensando sobre demasiadas cosas a la vez. Decidí subir a la azotea y olvidarme del mundo por un rato.
Afuera soplaba una brisa fría, perfecto para hacer que mi cabeza dejara de funcionar, así pensaría más en el frío que otra cosa. Me senté en el suelo abrazándome las piernas y me recosté en la pared. Decidí ponerme la capucha cuando dejaba de sentir la cara y enterré las manos entre mis piernas y mi estómago para calentarlas. Cerré los ojos lentamente encogida en aquel rincón de la azotea y dejé la mente en blanco.